El misterio de la vocación

La vocación sucede como algo nuevo, es una realidad exterior, que se relaciona con todo lo que acontece en el tiempo. Es preciso descubrirla, discernirla, disponerse para entrar en diálogo, y no es necesario que desde siempre las personas tengan conciencia de ella. Basta con que la adquieran leyendo las cosas que suceden. Al adquirir conciencia de la vocación lo normal será que la persona llamada comprenda mejor todos los contextos y el mundo en que vive. La vocación es parte integrante de esa realidad. Es, además, un acontecimiento misterioso, que se comprende solamente desde la conciencia de la presencia de Dios.

Se dice misterioso como si fuera oscuro u oculto, mas al contrario: el misterio de la vocación ilumina grandemente la vida del hombre y todas sus circunstancias, da claridad y seguridad para obrar. Es un misterio porque engloba todo lo que el hombre es en una relación personal con el Creador. Es una relación personalizante, porque al dirigirse Dios al hombre como un tú le da la capacidad de constituirse como yo.

El hombre como actor

Aunque es Dios quien llama, evidentemente el hombre tiene calidad de persona actuante, de colaborador con Dios en el misterio de su vocación. Es el hombre y su conciencia los que realizan un proyecto vocacional secundando la voluntad del Señor. Por ello, el hombre tiene la responsabilidad de acoger la llamada que se le hace. En sus actitudes o disposiciones vocacionales se juega el todo de la realización de su vocación. El fundamento de esta centralidad del hombre está en el mismo Dios, que toma en serio su capacidad de autodeterminación, su libertad.

Dialogando con Dios

La relación con Dios es fundamental para el hombre. Es una de las características que lo definen: es hombre porque puede relacionarse consigo mismo, con los demás y con su Señor. Estas tres relaciones estarán siempre presentes en su proceso vocacional. Si entendemos la etimología de la palabra vocación (vocatio- vocationis, “acción de llamar”). Para que se dé la acción de llamar deberá haber alguien que llame. Para un cristiano, y para cualquier hombre normal, la voz que llama implicando toda su vida, solamente puede ser de Dios. Dialogar con la historia, consigo mismo, es dialogar con Dios, que llama. Las situaciones, los acontecimientos, las inclinaciones y aptitudes constituyen signos o mediaciones en las que Dios nos manifiesta lo que quiere de nosotros.

Adquiere conciencia

Si el hombre es verdadero actor en la vivencia de la vocación que Dios le da, se concluye que la noticia que tenga del llamado es fundamental. La vocación es una cuestión de conciencia, pues, aunque Dios llama a todo hombre en su amor universal, este don pide la correspondencia en la conciencia y la acción. Dar primacía a la conciencia del hombre no es hacerlo dueño de su vocación. Quizá el mejor fruto de una conciencia vocacional será que el hombre se deje modelar por el Señor y confíe más profundamente en Él cada día.

De una misión

La vocación se caracteriza como una realidad trascendente. Es verdad que Dios llama a todas las personas motivado por el amor a ellas y al pueblo en que viven, pero la vocación no es un simple privilegio, tiene un último destinatario: el pueblo. Solamente quien valora y ama al pueblo en el que vive puede comprender la densidad del llamado de Dios. No se envía a nadie por el gusto de enviar, sino para remediar una necesidad o para comunicar un mensaje.

Situada históricamente

Toda vocación tiene una referencia a las situaciones históricas. La conciencia de la vocación hace que el hombre se comprenda como ser-para-la-historia, destinado a colaborar en el desarrollo y progreso del pueblo hacia las metas absolutas. Ya los antiguos filósofos griegos hacían ver que la vida del hombre tiene verdadero sentido en la interacción de la ciudad. Lo mismo sucede en el ámbito de la fe: la vida del cristiano adquiere su verdadero sentido como interacción en la comunidad de la Iglesia. Vivir una vocación es asumir un papel histórico comprendido desde la Iglesia, que es como levadura en medio del mundo.

Se compromete en una respuesta concreta

La respuesta humana es parte esencial de la vocación, es una acción “teándrica”, es decir, de Dios y del hombre. Por tanto, si no hay llamada de Dios no hay vocación, como no la habría sin respuesta del hombre. Son necesarios estos dos elementos: humano y divino. Dios toma la iniciativa, y toma en cuenta al hombre. Nos ama y respeta, y nos invita a colaborar con Él. Nuestro papel es estar atentos, reconocer y secundar la voluntad de Dios porque es un misterio que se vive en la colaboración. El hombre tiene ciertamente una parte importante que realizar, pero encuentra el fundamento de su acción en la gracia del Señor. Así su acción se puede comprender mejor como respuesta, como una correspondencia en la cual se entiende que Dios es el sujeto principal.

 

 Rigoberto Robles

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Comentarios al autor: ( roblesalmaraz@lasenda.info )

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