El milagro de Pentecostés

Nos anima a propagar
el Evangelio

 

En diversos pasajes el Antiguo Testamento nos dice que la segunda de las tres fiestas en que todo Israel debía presentarse ante Yahvé (Dios) en el santuario (Ex 34, 23; Dt 16, 16), era la Fiesta de la Recolección o de las Primicias de la cosecha de la cebada, o Fiesta de las Semanas, porque se celebraba siete semanas después de la Fiesta de los Ácimos (Pascua). Posteriormente recibió el nombre de Fiesta del día 50°. Pentecostés era en esencia una fiesta de recolección y, por lo tanto, de alegría y de acción de gracias, en la cual se agradece a Dios la cosecha del grano o los cereales. En Pentecostés se ofrecían las primicias de todo lo que se había sembrado en el campo. Originalmente una fiesta agraria que se convirtió después en fiesta histórica, que recordaba la promulgación de la Ley, el don concedido a Moisés en el Sinaí y celebrada cada año con una gran concurrencia del pueblo judío (Hch 2, 1-4), muchos de ellos acudían en peregrinación a Jerusalén procedentes de diferentes países. Ellos celebraban, pues, aunque de manera muy distinta, fiestas que hoy celebramos en nuestra Iglesia Católica (Pascua y Pentecostés).

Espíritu Santo a la comunidad cristiana

Y precisamente, durante la fiesta de la Pascua de Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo (que dura cincuenta días) celebramos su gloriosa Ascensión a la Casa del Padre (cuarenta días después de la Resurrección). La Iglesia primitiva, o primera comunidad cristiana, después de este acontecimiento se mantuvo en oración durante nueve días (de ahí viene la práctica de las novenas) y por ello, la novena más importante es la que nos prepara para la fiesta de Pentecostés, durante la cual suplicamos a Dios que nos dé su Santo Espíritu.

Es en la primera fiesta de Pentecostés, después de la muerte de Jesús, en el día que se celebraba el don de la Ley, cuando dio su Espíritu al Israel de Dios, a su Iglesia según nos narra Lucas, autor de este libro (Hch 2, 1-13). De esta manera, tanto en la Iglesia como en Jesucristo, encontraban ahora cumplimiento todas las realidades del Antiguo Testamento.

El milagro de Pentecostés es la venida del Espíritu Santo sobre la primera comunidad cristiana, no solo sobre los Apóstoles y, como consecuencia, el milagro de las lenguas que le siguió, donde se proclamaron en diferentes idiomas las maravillas de Dios (Hch 2, 11). El milagro no reside tanto en que los Apóstoles hablaran en lenguas extranjeras, sino en que todos esos extranjeros escucharan en su propio idioma esta proclamación de las grandezas de Dios.

 

Manifestación del Espíritu:

1. Por un ruido como
de viento impetuoso.

2. Por la aparición de lenguas como de fuego.

3. Por el milagro de
las lenguas.

En la actualidad es simbolizado como una paloma, y lo nombramos de diversas maneras: el Espíritu de la verdad, el Paráclito, el Santificador, etcétera.

El Espíritu de Dios es aliento, es fuerza, es virtud, entre muchas cosas más, pero es muy importante recordar que el Espíritu Santo no es algo, sino alguien: la tercera persona de la Santísima Trinidad. Es uno con el Padre y es uno con el Hijo (cfr. Jn 15, 26).

El Espíritu continúa aleteando

Se cumple la promesa hecha por Jesús a sus discípulos en repetidas ocasiones, la plenitud del Espíritu Santo es comunicada a todo el pueblo mesiánico, la efusión del Espíritu es dada para santificar continuamente a la Iglesia: el Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo será también quien la instruya en la vida de oración (cfr. Jn 14, 26). San Lucas habría querido presentar el milagro de Pentecostés como un símbolo de la futura propagación del Evangelio entre todos los pueblos, por ello la mención de que fue derramado no solo sobre los Apóstoles, sino que es esparcido sobre todos nosotros, los bautizados, quienes adquirimos la misión de propagar el Evangelio, en especial con nuestro propio testimonio: “Que tu rostro proclame el Evangelio y que tus manos siembren signo de esperanza”. Las lenguas como de fuego se posan hoy en nosotros y nos impulsan a hablarles a nuestros hermanos de las maravillas del Dios que reúne en un mismo idioma a los creyentes, el lenguaje único del amor. Los creyentes construimos con Dios gracias a la aceptación mutua en el Espíritu (cfr. Ef 2, 14).

 

Fuentes: Biblia
Latinoamericana (notas explicativas) y Diccionario de la Biblia (Herder).

 

 

 Héctor García, Escuela de Animación Bíblica, CMST

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Comentarios al autor:
(
hec_mex@hotmail.com)

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