El fenómeno migratorio desde hace tiempo se ha escapado de las manos de los gobiernos que reciben imponentes flujos de personas procedentes de países deprimidos económicamente. Y tan se les ha escapado que casi ninguna nación cuenta con apropiados mecanismos de acogida y una planeación laboral para dar cabida a toda esa mano de obra que se incorpora anualmente. No sería cuerdo poner en tela de juicio que Estados Unidos es una economía pujante en el mundo, y sin embargo desde mucho tiempo atrás viene posponiendo una reforma migratoria que pueda dar sostén y un marco de acción a los millones de personas que llegan a ese país por distintas vías. Y la mayoría de esos migrantes hacen los trabajos que los estadounidenses no quieren, y ya ni para qué recordar aquella desafortunada frase del ex presidente Vicente Fox al respecto.
Se quedan en el camino
El Editorial del mes pasado de La Senda tocaba este tema coyuntural de la migración. Y de este modo concluía: “La migración, se dijo ya, tiene como resorte el buscar un bien, procurar una vida acorde con las aspiraciones humanas de libertad y felicidad, mediante un nuevo empezar, con empleo, educación y alimentación. La misma Doctrina Social alienta a que los inmigrantes deban ser ‘recibidos en cuanto personas y ayudados, junto con sus familias, a integrarse en la vida social’”. Eso sucedería, por supuesto, en un panorama de bonanza y recibimiento digno a los migrantes. Cosa que, en numerosos sitios, está lejos de darse.
Si ya el asunto de las migraciones hace tocar fondo sobre la solidaridad humana y el respeto a la dignidad de la persona y a su aspiración a la felicidad, el que los niños se vean orillados a dejar sus lugares de origen en busca de un modo de sobrevivencia no dañino y alejado de violencia y pobreza, pone el dedo en la llaga en los modos en que hoy las sociedades se relacionan y ven por los menos favorecidos. El balance, en este sentido, es desfavorable: los niños migran y muchos ni siquiera llegan al lugar al que aspiran llegar.
Bomba de tiempo
El tema de los niños migrantes en esta parte de América ha estado en boca de todos en las últimas semanas, un asunto exacerbado por los niños centroamericanos y mexicanos que llegan a diario y por miles a la frontera con Estados Unidos. Se habla que en este país hay un relajamiento en las políticas migratorias tras la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, o que se desató ya una crisis humanitaria tras la detención de miles de niños todos los días y el difícil proceso de repatriación. Sea como fuere, se trata de una bomba de tiempo en las manos del gobierno en turno, porque se ponen en riesgo sus vidas.
El Papa Francisco ha levantado la mano, a través de una carta fechada el 11 de julio pasado y leída por el Nuncio en México, Christophe Pierre, para señalar la cuestión y aportar una posible solución: “Decenas de miles de niños viajan sin acompañantes para escapar de la pobreza y la violencia, persiguiendo una esperanza que la mayor parte de las veces resulta vana. Una urgencia humanitaria de este tipo exige como primera medida acoger y proteger como es debido a estos menores”.
Migración legal, segura
La respuesta del gobierno estadounidense ha sido lenta e irregular desde el punto de vista humano, haciendo caso omiso de los acuerdos internacionales que ha suscrito en la materia, porque los menores están siendo detenidos en condiciones inhumanas y deplorables, y alojados en espacios habilitados para dar cabida a 50 o máximo 80 personas y hacinan a 150 y hasta 190 niños, violando la Convención sobre los Derechos del Niño (1989).
El Papa Francisco aboga por “nuevas formas de migración legal y segura”, un pendiente, a todas luces, que los muchos gobiernos que reciben flujos migratorios han estado posponiendo y relegando en su agenda legislativa y en sus programas gubernamentales.
Jacinto Buendía
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