De jóvenes normalmente tendemos a ser rebeldes en cuestiones educativas; es decir, no consideramos muchas cosas en la escuela, a veces ni siquiera ponemos atención a las clases o incluso llegamos a faltarle el respeto a nuestros compañeros o maestros; en general, no valoramos la educación. Y aquí, los jóvenes católicos tenemos que trabajar en ello, dando ejemplo de vida para empezar a cambiar esta concepción del joven en cuestiones escolares.
Algunas realidades de la educación
¿Te has puesto a pensar cuánta gente hay sin acceso a una educación digna? Te invito a reflexionar acerca de ello. Piensa sobre cuántas personas no saben leer o escribir. ¿Será posible que una persona, en pleno siglo XXI, no sepa leer y escribir? Déjame decirte que sí, y que sucede mucho en las zonas rurales, donde carecen de agua, electricidad, y escuelas donde niños y jóvenes aprendan a leer, escribir, sumar y restar. Desafortunadamente vivimos en un país en el que pocas personas tienen el derecho a la educación.
¿Qué pasa con los que sí recibimos al menos la educación básica, donde seguramente entramos tú, que lees esto y un servidor? Me aventuraré un poco y trataré de leer tu mente: el joven que sí tiene la oportunidad de recibir educación escolar normalmente (y malamente) desperdicia tal cosa en otras muy banales, como el solo socializar, pasa el rato en el teléfono celular, no entra a clase, entre otras cosas. En muchas ocasiones decidimos esto último porque el profesor no nos simpatiza, no hicimos la tarea por flojera o solo hacemos acto de presencia en el aula para la asistencia, mientras que en la clase hacemos todo, excepto atender lo que dice el maestro.
Educarnos para transformar
El joven es rebelde por naturaleza, busca llamar la atención y se siente “el Rey del mundo” en tal etapa, pero debemos medirnos, debemos de hacer un alto y evaluar, ¿realmente me sirve todo lo que hago en la escuela?, ¿me esfuerzo al máximo por aprender? Siempre debemos de hacer este tipo de evaluaciones hacia nuestra persona, ver qué tanto aprovechamos la oportunidad que recibimos con respecto a la educación y digo oportunidad porque no a todos se nos da eso que, en el papel, al menos debería ser un derecho para todo niño, joven y adulto.
No digo todo esto para que como joven te sientas culpable de las personas que quizá no tienen las mismas oportunidades que tú; el objetivo es valorar la educación escolar que se nos da, ya que es nuestro deber el aprender, a pensar y a hacer actividades que nos ayuden como personas.
El artículo tercero constitucional dice que la educación debe de ser laica, y sí, debe de serlo, pero nuestro principal deber como jóvenes católicos es ser ejemplo de vida, no solo en el templo, sino en nuestra casa, trabajo y escuela. Nuestro deber como jóvenes católicos es tener un verdadero compromiso con el estudio, para llegar a ser personas de bien, ya que el verdadero cambio llegará cuando la educación llegue a todos los lugares, y qué mejor que nosotros seamos misioneros de la educación y empecemos a transformar nuestra comunidad.
Jorge Arturo Arellano del Águila
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