El espíritu de la Cuaresma

 

Queridos catequistas, el equipo CECAT los invita a tener una apertura generosa y disponible a la acción de Dios en nuestra vida a través de la vivencia de las distintas celebraciones litúrgicas del año. Hoy fijaremos nuestra atención en el tiempo de Cuaresma: tiempo de conversión, de arrepentimiento, de cambio, de ser mejores, de acercarnos a Cristo.

 

Cuaresma, tiempo de conversión

“Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado” (Mt 4). La Cuaresma es un tiempo de pensar en la conversión y en el verdadero arrepentimiento; es el período de vivir nuestra reconciliación con Dios y es el llamado mediante el cual Jesucristo inicia su predicación.

El Señor nos regala este tiempo de perdón, de reconciliación, de penitencia. Por tanto, tenemos que saber aprovechar bien estos cuarenta días: limpiar nuestro corazón, expulsar los odios, los rencores, las envidias; es decir, todo lo que se opone a nuestro amor a Dios y a nuestros hermanos.

 

¿Cómo vivir la Cuaresma?

La Escritura y los padres de la Iglesia insisten, sobre todo, en tres formas: el ayuno, la oración y la caridad, que expresan la conversión con relación a sí mismo, a Dios y los demás; junto con la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad, “que cubre multitud de pecados” (1Pe 4, 8).

La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho; por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de penitencia.

Cristo es el antídoto

La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; “es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales”.

La lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padrenuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y contribuye al perdón de nuestros pecados.

Este tiempo es particularmente apropiado para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

 

Cuaresma: el retorno al Padre

El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada “del hijo pródigo”, cuyo centro es “el padre misericordioso” (Lc 15, 11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos y, peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos, el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre, la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Solo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

Deseamos que en este tiempo precioso reavive la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano que encontramos en nuestra vida.

 

María Adela Suárez de Luna

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Comentarios a la autora: (ade.suarez@hotmail.com)

 

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