Arzobispo Electo Primado de México
Eminencia Reverendísima y querido amigo:
Esta tarde nos ha convocado a esta celebración eucarística la palabra de Dios, que en el tiempo de Navidad nos conduce con su maravillosa brillantez a reconocer en la humildad del portal de Belén la majestad de la Luz divina y a darnos cuenta, de la mano del apóstol San Juan, de qué manera al Verbo de Dios lo pueden ver nuestros ojos, escuchar nuestros oídos y tocar nuestras manos.
Nos ha convocado también el llamado de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y pueblo peregrino de Dios que “entre sus consuelos y las tribulaciones del mundo” es pastoreada por Jesucristo mismo, modelo de Pastores y que ha querido, no por voluntad de poder humano ni por razones profesionales o de dominio, que pastores “según su corazón” estuvieran al servicio de su pueblo para que mediante la predicación del Evangelio y la celebración festiva de los sacramentos, dieran a luz a la Iglesia que se construye con “piedras vivas”.
Hoy nos hemos reunido para orar y mostrarte nuestra solidaridad por tu nuevo ministerio, para que la Ciudad de México tenga en tu palabra y en tu presencia amable y firme, el apoyo que, desde que el cayado de fray Juan de Zumárraga le sirvió de bastón de peregrino para caminar por los senderos de sus habitantes y anunciarles el Evangelio, merece una ciudad tan llena de situaciones dramáticas y dolorosas, pero con tantos talentos y esperanzas.
Encontrarás una ciudad plural tanto en ideas como en acciones, una ciudad necesitada de respuestas nuevas, abiertas a los tiempos que corren y a los que vienen. Una ciudad que puede ser a tus ojos como Babel, como Babilonia, pero que la luz de la palabra divina la puede hacer brillar como Jerusalén en la mañana de Pentecostés. Encontrarás lo mejor de la cultura y su más triste decadencia; la opulencia ofensiva y los rostros más definidos de los pobres; el centro del poder político y económico y la marginación de muchos que vagan “como ovejas sin pastor”; la sincera búsqueda de los jóvenes y la hipocresía de viejos taimados; el amor a la vida en tantas familias que son hogares encendidos de felicidad, apoyo y solidaridad y la cultura de la muerte que ha desfigurado tanto su imagen como puerta abierta a la esperanza que hasta es objeto de un culto equívoco y maligno. Ahí encontrarás lo mejor del rebaño: monasterios contemplativos que desde el silencio del claustro elevan plegarias constantes que fortalecen a todos y en especial a los obispos y presbíteros: la mujer consagrada es la flor más delicada del jardín de la Iglesia y la mayor prueba de que el gozo de la “llama del amor divino que tiernamente abrasa” es la ocupación más fecunda de todas las que un cristiano tiene delante.
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En 1843 la marquesa de Calderón de la Barca, esposa del primer embajador de España después de la independencia escribió: “[…] Si yo me viese precisada a escoger un destino aquí, sería sin duda el de arzobispo de México, el más envidiable del mundo para los que desean gozar de una vida plácida, cómoda y de una universal adoración. Es un Papa sin los problemas inherentes y con la décima parte menos de responsabilidad. Es más venerado que en Roma el Santo Padre y, al igual que los reyes de los buenos tiempos antiguos, infalible”.[1] Si eso es lo que ella pensó en esos años, en los nuestros es impensable, pues el ministerio del obispo y el del sacerdote es un don y un servicio para el pueblo y una responsabilidad para quien lo ejerce. Cuando en agosto de 1971 llegó a Tepic como obispo don Adolfo Suárez Rivera, el Señor Obispo Manuel Piña le dijo sin matices ni adjetivos: “El episcopado es una cruz”. Pero la cruz es el altar donde Nuestro Señor Jesucristo ofreció el sacrificio definitivo que restauró al hombre caído y la “plataforma de lanzamiento” hacia su resurrección gloriosa que anticipa la nuestra.
Esta tarde llevamos en el corazón un sentimiento agradecido y en los labios una oración confiada por el servicio que iniciarás, en el nombre del Señor, el próximo 5 de febrero, solemnidad en la arquidiócesis de San Felipe de Jesús, hijo de ella y primer mártir de nuestra tierra, la del “cielo suavísimo”. En Tepic sería imposible olvidarte. Estamos contigo: levanta tus ojos a la cruz del Señor y, cuando estés en la Ciudad de México, a la Virgen María quien, bajo la advocación de Guadalupe, día a día, sin cansancio alguno, ha mostrado su cercanía materna: “…No temas… ¿acaso no estoy aquí y soy tu Madre?”.
Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco
Rectoría de los Sagrados Corazones
Diócesis de Tepic
05 de enero del 2018
[1]La Vida en México, Porrúa, México 1974, p. 166.