El Día del Padre: Un título que no acaba en “engendrar”

2008_06_19

En México, en el tercer domingo de junio es celebrado el Día del Padre, cuya connotación primera hoy es que se debe a un invento meramente comercial: esta celebración comenzó a generalizarse en los planteles escolares hacia la década de los años cincuenta del siglo pasado, aunque en los años posteriores se fue convirtiendo en una fiesta de consumo patrocinada por las grandes cadenas comerciales, los almacenes y consorcios con alcance a nivel nacional. Sin embargo, en no pocos hogares de nuestro país, la fiesta es una ocasión para la reunión familiar y para el reconocimiento a los papás.

Pater
La palabra padre procede del latín pater / patris, que significa “padre”, que a su vez deriva del griego pathr / patro (pater/patros), que se sigue traduciendo de igual forma. Además, se trata de un vocablo que se ha mantenido invariable durante más de tres milenios, en tanto que la realidad que con ella se denomina ha ido cambiando a la velocidad con la que los tiempos han transcurrido.

No obstante los múltiples y extensos estudios al respecto, aún no se podido fijar el significado original de la palabra padre; los estudiosos han aventurado la hipótesis de que en un principio pudo significar “sacrificador”, haciendo clara alusión a la función de sacerdote doméstico que tenía el padre en tiempos remotos y que en ese caso sería percibida como la principal de sus funciones. Lo que está fuera de toda discusión, es que su significado no es “engendrador”, como actualmente se le denomina en algunos lugares. Hoy estamos ciertos de que un padre más que engendrar, se sacrifica por sus hijos, los lleva adelante en su crecimiento físico, emocional y espiritual. La paternidad, así entendida, no es una fuente de derechos, sino un cúmulo de obligaciones para consigo mismo, con la esposa y con los hijos, y más aún, con la sociedad.

Paternidad, un don muy valioso
Así como algunas mujeres dicen que ser madre es algo invaluable, maravilloso y enriquecedor; del mismo modo, ser padre constituye un don muy valioso que, cabe resaltar, Dios concede a los hombres.
Si Dios es el Padre por sobre todas las cosas, por sobre todas las potestades y posesiones, de Él los seres humanos debemos aprender a ser padres o madres.
Un padre, por puro amor, por puro desprendimiento de sí, le da la vida a un hijo, tal como Dios, sin buscar un interés para sí mismo, nos ha traído a la vida y nos ha visto crecer como sus hijos; hay en ello un único interés: tener la dicha de amarnos como nuestro Padre que es.

Paternidad, perdón y acogida
La paternidad, ejercida teniendo como modelo al Señor, ha de tender al acompañamiento, silencioso o correctivo, buscando no dejar a la deriva las decisiones del hijo; ha de buscar siempre el bien del vástago, aún por encima de sus caprichos y aficiones; ha de ser la perfecta imagen de aquel atribulado padre que, desde lo más alto de una torre, ve venir con titubeos al hijo descarriado y sale a su encuentro, no para reprenderlo y negarle la entrada a su hogar, sino para acogerlo con la alegría que da recuperar al hijo que se había ido pero que ha recompuesto el camino del hogar paterno: de la conducta del hijo el padre no saca provecho, pues sabe que el único y último beneficiado con su proceder será él mismo.

Hay que enseñarlo a pescar
A menudo se confunde el ser un buen padre con ser un padre que todo lo consiente a sus hijos. Aquel viejo refrán chino que más o menos dice que no hay que darle a un hombre un pescado, sino enseñarlo a pescar, así es como los padres deberían proceder al educar a sus hijos: no darles todo, no dejarles todo al alcance de la mano, no acceder a cualquier petición, no comprarle todo lo que se le antoje, sino instruirlo de manera que pueda resolver los problemas que en la vida se le vayan presentando.
Un hijo al que se le ha dado todo en lugar de conducirlo a que aprenda a conseguir lo que quiere, ¿qué hará cuando su padre le falte, quién tomará las riendas de su vida y lo llevará adelante? Es cierto que hay momentos en la vida en que, por las condiciones mismas de su edad, tendrá que proveerle lo necesario para que pueda subsistir, pero en lo demás habrá que inyectarle dosis de cariño, orientarlo y encaminarlo por el sendero de la moral y los valores que habrán de ser la brújula de sus futuras decisiones.

Sabía ser un padre a su modo
Mi padre, como casi los de todos mis amigos, no era sobreprotector, ni mucho menos consentidor, pero sabía ser un padre a su manera. No había día en que no hubiera una reprimenda, una llamada de atención por no cumplir con las tareas escolares o por no atender con prontitud las demandas de mi madre.
Nunca, desde que tengo uso de razón, mi padre nos dio todo hecho, no nos dijo ahí tienes para que no te falte nada en la vida. Sus enseñanzas y palabras siempre tendían a valorar lo poco o mucho que se tenía, a ahorrar en la medida de lo posible, pues, decía, “uno nunca sabe cuándo va a necesitar unos pesos que hoy puede malgastar”.
Es cierto, mi padre no nos ahorró sufrimientos, pero tampoco nos llevó por un camino en el que no hubiera un árbol al que pudiéramos arrimarnos a guarecernos de los malos tiempos. Y es que supo ser un padre a su manera, pues nunca tuvo uno: no bien había cumplido los cuatro años cuando el suyo se fue, dejándolo con mi abuela en un pueblo olvidado de la sierra.

Paternidad divina
Jesús, en algún momento de su vida pública declaró tajante: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino es por mí” (Jn 14, 16). El Padre, de donde procede toda paternidad, constituía el camino por el que habría de caminar Jesús. Al final de nuestra vida –a eso hemos sido invitados, eso nos ha sido prometido– habremos de ir a vivir a su casa, que a partir de ese momento será nuestra, para siempre. De ahí se desprende que, porque también fue un regalo de Dios, la paternidad divina es la fuente de la paternidad humana: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”.

Juan Fernando Covarrubias Pérez

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