El desafío de la educación en la fe en familia

El Papa Francisco ha subrayado la importancia de la educación en la transmisión de la fe: «A los padres corresponde, según una sentencia de San Agustín, no solo engendrar a los hijos, sino también llevarlos a Dios, para que sean regenerados como hijos de Dios por el Bautismo y reciban el don de la fe» (LF , n. 43).

 

La catequesis y la formación parroquial son instrumentos indispensables para sostener a la familia en esta tarea educativa, en particular, con ocasión de la preparación al Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación.

 

La educación cristiana en familia se realiza, ante todo, mediante el testimonio de vida de los padres para con los hijos. Algunas respuestas recuerdan que el método de transmisión de la fe no cambia con el tiempo, aunque se adapte a las circunstancias: camino de santificación de la pareja; oración personal y familiar; escucha de la Palabra y testimonio de la caridad. Donde se vive este estilo de vida, la transmisión de la fe está asegurada, aunque los hijos estén sometidos a presiones de signo opuesto.

 

Precisamente en este campo se trata de evitar conflictos, más que afrontarlos. Por otra parte, sobre temas religiosos, los propios padres a menudo se sienten inseguros, de modo que a la hora de transmitir la fe, con frecuencia se quedan sin palabras y delegan esta tarea, aunque la consideren importante, a instituciones religiosas. Esto pone en evidencia una fragilidad de los adultos y sobre todo de los padres jóvenes a transmitir con alegría y convicción el don de la fe.

 

En algunas respuestas se observa una cierta paradoja educativa por lo que se refiere a la fe: en diversas realidades eclesiales no son los padres quienes transmiten la fe a los hijos, sino viceversa, son los hijos que, al abrazarla, la comunican a los padres que, desde hace tiempo, han abandonado la práctica cristiana.

 

La familia, escuela de valores

La familia, núcleo de la sociedad, es escuela de valores donde se educan, por contagio, todos los que la integran. Es en la familia donde se crean vínculos afectivos, donde se quiere a cada uno por lo que es, con cualidades y defectos.

 

El primer gran valor que deberán aprender será saber amar porque, cuando hemos aprendido a amar, lo hemos aprendido todo. Amar conlleva muchos valores: olvido personal, generosidad, fortaleza, flexibilidad, comprensión, etcétera. El testimonio es la clave para la transmisión de valores. Estos valores se transforman en virtudes por el esfuerzo personal y la gracia que se recibe de Dios.

 

Valorar el trabajo, ya que el trabajo bien hecho conlleva una serie de virtudes: humildad, espíritu de servicio hacia los demás, prudencia, constancia, lealtad, laboriosidad, etcétera.

 

La vivencia de la fe en familia

El Papa Benedicto XVI decía, en el Encuentro Mundial de las Familias en Valencia, que «transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente». Es decir, los padres tienen el protagonismo insustituible en la educación de la fe de sus hijos. Pero estos, conforme crecen, deben asumir su propia vida de fe y, ciertamente, pueden ayudar y motivar a los padres a ser perseverantes en la fe, y a sus hermanos a llevar adelante sus compromisos bautismales.

 

En primer lugar, la fe en la familia crece en la oración, que es como el aire que el cristiano respira. La familia cristiana nace en la promesa matrimonial. Llena de la gracia de la fe, la familia se sostiene y se realiza como camino de santidad, principalmente, por la oración. Es conocido aquél dicho: «Familia que reza unida, permanece unida».

 

La participación del niño en la oración comienza ya desde el vientre materno, puesto que la madre es capaz de transmitir a su hijo los más tiernos sentimientos de piedad. Es recomendable que los niños se familiaricen con la vida de oración desde muy pequeños (sobre todo a partir de los 3 años de edad), pues si bien muchos adultos no se percatan, en esa etapa los niños son especialmente sensibles para los asuntos de Dios. Han de aprender a rezar no solo con la señal de la cruz o las oraciones ya formuladas (Padre Nuestro, Ave María, etcétera), sino sobre todo con la oración libre y espontánea de acción de gracias, petición, alabanza e intercesión.

La oración fortalece la vida familiar

¿Cómo hacer oración en familia? Pueden, por ejemplo, levantar a sus hijos con una jaculatoria, orar por un breve momento antes de salir a la escuela o al trabajo, elevar plegarias espontáneas a lo largo del día, agradecer a Dios por las cosas buenas y sencillas que ocurren.

 

El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.

 

Otro momento privilegiado para orar en familia se da cuando están juntos en la mesa y se agradece a Dios por el alimento recibido. También por la noche, antes de acostarse, es un excelente momento para bendecir a los hijos, pedir perdón por las posibles faltas, suplicar a Dios su ayuda para los más necesitados y renovar los buenos propósitos. Así, la familia va descubriendo que toda la jornada adquiere su sentido último y es iluminada por la presencia de Dios.

 

En la celebración de todos los Sacramentos, la familia experimenta un especial crecimiento de la fe, de modo especial, en la participación de la familia en la Misa dominical. Es importante también cultivar las devociones en las familias. ¡Qué importante es que el hogar tenga signos claros de la presencia de Dios, como las imágenes de los santos, un oratorio, el agua bendita, el crucifijo o una Biblia abierta, en un lugar privilegiado! Ese ambiente orante invita a la fe, suscitando la confianza en Dios en todos los miembros de la familia.

La vida de fe es muy importante en la existencia de todas las personas y deben formarse para entender su ser de cristianos católicos con una vocación preciosísima y una vida de fe hermosa que han de transmitir a sus hijos; este es un reto muy fuerte.

 

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