Superstición disfrazada de devoción popular
Sin ética ni lógica, mezclando rituales, sacando dinero a los incautos, este culto pide ahora reconocimiento legal.
En los últimos meses se ha venido difundiendo, con una virulencia creciente, una forma de “devoción popular” que sin ningún soporte doctrinal ni justificación teológica ha logrado penetrar en capas pobres de la sociedad sedienta de Dios, en las zonas centro y norte de México.
El constante flujo migratorio ha logrado que esa falaz devoción se haya ido extendiendo al sur de Estados Unidos, Centroamérica y España. Se trata del “culto” a la así llamada “Santa Muerte” a través de la autodenominada “Iglesia Católica Tradicional, Misioneros del Sagrado Corazón y de San Felipe de Jesús”.
Orígenes oscuros
Sus orígenes se remontan a la fusión de las culturas prehispánicas con las primitivas creencias de los esclavos africanos y la religión católica en los siglos XVI y XVII. Sin embargo, hasta la década de los años sesenta del siglo pasado comenzó a estructurarse más ordenadamente. No hace muchos meses, se le reivindicó al grado de constituir un grupo que exige el reconocimiento público como religión en México.
El hecho de apelar a un reconocimiento público por parte de una instancia política de gobierno, nos da pie para reflexionar en la significación de lo que es una religión y si en este caso puntual, es apropiado considerarla como tal.
La religión es el conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto. Es, además, una virtud que mueve a dar a Dios el culto debido.
El culto “Santa Muerte” no es una religión
Ni sus creencias ni sus principios son acerca de la divinidad, ni ofrece normas morales de conducta. Tiene, eso sí, rudimentarias prácticas rituales pero que guardan alguna relación o quieren asemejarse a las consolidadas y justificadas católicas. Esto conlleva a analizar más de cerca algunos errores que pueden ayudar a discernir, reflexionar y compartir para ayudar a otros hombres y mujeres que, sin rigor y preparación, creen en esta falacia.
La divinidad
La religión pende de una causa y principio: Dios. En el grupo que nos ocupa, el principio se asienta totalmente en la “Santa Muerte”. Es decir, la personificación de la muerte ha venido a conquistar el lugar que le corresponde únicamente a Dios. Y esto conlleva un problema más: cómo justificar a la muerte personificada como creadora y todopoderosa, como sabia y presente en todo lugar.
La muerte es un fenómeno natural, no una persona
Adorada como una “entidad espiritual” capaz de materializarse en una figura que concentra en sí la fuerza creadora y destructora del universo, no se ha caído en cuenta de la verdadera realidad que entraña. La muerte es un fenómeno natural, como lo es el nacer o el desarrollarse y no una persona, como se ha hecho pasar. La muerte es la separación del alma y el cuerpo, no una entidad espiritual.
Adoración y veneración
Hay una distinción que se infiere en la práctica católica que, en el caso de esta forma de culto y devoción, no se aprecia y más bien se pierde. Adorar es reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido. Venerar, por otra parte, es respetar en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o recuerda. La adoración sólo es debida a Dios; la veneración corresponde a los santos y a las cosas de Dios.
Además, los santos interceden ante Dios, a través de ellos obtenemos gracias y favores; pero el único capaz de dar es Dios. La doctrina de la única mediación de Cristo (cfr. 1Tim 2, 5) que no excluye otras mediaciones subordinadas, las cuales se realizan y ejercen dentro de la absoluta mediación de Jesús, aquí sencillamente no se da. Es la “Santa Muerte”, por sí misma, la que concede favores aunque no esté justificada ni bíblica ni teológicamente la causa de su poder.
Santos y beatos a los cuales recurrir
La doctrina de la Iglesia y su Liturgia proponen a los santos y beatos, que contemplan ya “claramente a Dios uno y trino” como testigos históricos de la vocación universal a la santidad; ellos, fruto eminente de la redención de Cristo, son prueba y testimonio de que Dios, en todos los tiempos y de todos los pueblos, en las más variadas condiciones socioculturales y en los diversos estados de vida, llama a sus hijos a alcanzar la plenitud de la madurez en Cristo (cfr. Ef 4, 13; Col 1, 28); intercesores y amigos de los fieles todavía peregrinos en la tierra, porque los santos, aunque participan de la bienaventuranza de Dios, conocen los afanes de sus hermanos y hermanas y acompañan su camino con la oración y protección; patronos de Iglesias locales, de las cuales con frecuencia fueron fundadores (San Eusebio de Vercelli) o pastores ilustres (San Ambrosio de Milán); de naciones: apóstoles de su conversión a la fe cristiana (Santo Tomás y San Bartolomé para la India), o expresión de su identidad nacional (San Patricio para Irlanda); de agrupaciones profesionales (San Omobono para los sastres); en circunstancias especiales –en el momento del parto (Santa Ana, San Ramón Nonato), de la muerte (San José) – y para obtener gracias específicas (Santa Lucía para la conservación de la vista), etcétera.
Buscar el bien y no el mal
Hablar de Dios es hacerlo del bien. Donde está el bien, es regla lógica, no está el mal. Del bien no procede el mal, al bien no le sigue el mal.
En el culto a la “Santa Muerte” se asegura que ésta puede alcanzar el mal. Más aún, los adeptos acuden a ella solicitándolo para aplicarlo a sus enemigos.
Los milagros no se cumplen por la cantidad dejada
Otro de los hechos que llaman la atención es la errónea creencia de que a mayor cantidad de dinero ofrendado, mejores serán los resultados de los favores pedidos a la “Santa Muerte”.
Es bueno recordar que la limosna es un signo del desprendimiento y de la responsabilidad con que se quiere ayudar a mantener dignos y en buen estado los lugares para el culto a Dios, además de solventar las necesidades de los ministros del mismo. Pero no queda dicho que la limosna sea una prescripción para obtener un milagro. Menos aún, cuando lo pedido pretende el mal de otro.
Errónea inducción
Es erróneo asociar el culto a la “Santa Muerte” con cualquier aspecto del catolicismo. Así, asociar el culto a la personificación de la muerte con el culto católico, es un error. Lo católico emana de la Revelación hecha por Dios a través de la Biblia, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia. No consta, ni en la Biblia, ni en la Tradición, y mucho menos en el Magisterio, la prescripción de un culto a la muerte personificada.
En el año 2002, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ofreció un documento de sumo interés: “El directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones”. En el capítulo II, número 65, se recordaban algunos peligros que pueden desviar la piedad popular: “El Magisterio, que subraya los valores innegables de la piedad popular, no deja de indicar algunos peligros que pueden amenazarla: presencia insuficiente de elementos esenciales de la fe cristiana, como el significado salvífico de la Resurrección de Cristo, el sentido de pertenencia a la Iglesia, la persona y la acción del Espíritu divino; la desproporción entre la estima por el culto a los Santos y la conciencia de la centralidad absoluta de Jesucristo y de su misterio; el escaso contacto directo con la Sagrada Escritura; el distanciamiento respecto a la vida sacramental de la Iglesia; la tendencia a separar el momento cultual de los compromisos de la vida cristiana; la concepción utilitarista de algunas formas de piedad; la utilización de “signos, gestos y fórmulas, que a veces adquieren excesiva importancia hasta el punto de buscar lo espectacular”; el riesgo, en casos extremos, de “favorecer la entrada de las sectas y de conducir a la superstición, la magia, el fatalismo o la angustia”.
Sentimentalismo por encima de la fe y la razón
La adhesión creciente de personas a grupos como el que hemos mencionado, invita a reflexionar sobre el motor que los lleva a abrazar, muchas veces sin considerarlo, el centro de la nueva doctrina en la que entran. Una mirada serena nos dice que muchos son presas del sentimentalismo más que de la racionalidad que hayan encontrado.
Ciertamente, cuanto hasta aquí hemos dicho constituye una invitación a reflexionar en el grado de profundización que se tiene de la propia fe y sobre la capacidad crítica que se hace y tiene sobre las ideologías de algunos grupos que saben conquistar con facilidad el corazón y mover incluso a la voluntad, pero que distan mucho de poseer un probado castillo de razón.
Mayra Novelo