Un poco más allá de la mitad del Año del Apóstol San Pablo, que Su Santidad el Papa Benedicto XVI instituyó por los dos mil años del nacimiento del “Apóstol de las Gentes”, “La Senda”, dando seguimiento a la serie de artículos que se han venido publicando en torno a las enseñanzas y figura de Pablo, en esta edición retrata a un Apóstol que recorre tierras diversas movido por la preocupación de extender cada vez más el Reino de Dios, con la firme intención de confirmar en la fe a los conversos y con la férrea decisión de “azotar”, tal como lo hiciera Jesús con los mercaderes en las afueras del templo de Jerusalén, a los falsos predicadores. Pablo sale victorioso en su arremetida contra el imperio, y no sólo eso, sino que prácticamente arrastra a la creencia en Jesús a todos los que lo oyen predicar.
El mundo grecorromano contaba con un magnífico impero pero que había degenerado en todas las costumbres ciudadanas. ¿Quién lo va a transformar, creando una sociedad nueva, que influirá después decisivamente en la historia del mundo?
Lo hará ese ciudadano que en Antioquía de Siria comenzó a ser llamado “cristiano”. ¿Y qué es lo que trae ese tipo novedoso? ¿Quién es un cristiano?…
A una importante Conferencia Episcopal de hoy le fue formulada esta cuestión: “Quién es y quién puede considerarse un cristiano católico”. El asunto se tomó muy en serio. Se nombró una comisión especial de obispos y teólogos, que contestó después de maduro examen: Los Hechos de los Apóstoles dicen: “…los que habían sido bautizados perseveraban: en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). El que hoy hace lo mismo es un verdadero cristiano católico.
Transmite lo que recibe
¿Puede San Pablo decirnos algo sobre esto?… ¡Demasiado, gracias a Dios! Es decir, si miramos estos cuatro puntos a la luz de las cartas de Pablo, nos encontramos con una verdadera riqueza de textos, los cuales confirman lo acertada que estuvo aquella respuesta de los sabios y prudentes pastores. Y adivinamos los resortes usados por el “cristiano” para transformar el imperio.
Sobre la doctrina de los Apóstoles, comienza Pablo con su propio ejemplo. Nos dicen los Hechos que “andaba con ellos por Jerusalén predicando con valentía en el nombre del Señor” (Hch 9, 28). Y añade Pablo, por su cuenta, que recibió de los Apóstoles tradiciones como las de la Resurrección y la Eucaristía: “Yo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí” (1Co 15, 3). “Porque recibí del Señor lo que yo les transmití a ustedes” (1Co 11, 21). ¿Por qué este empeño de Pablo en reafirmarse en lo que recibió del Señor, unas cosas por revelación, y todas por medio de los Apóstoles?
Es confirmado en su predicación por Pedro, Santiago y Juan
Predica Pablo en todas partes, y ante las dudas que suscita entre los judaizantes, quiere asegurarse de que está en la verdad, y confiesa humildemente de sí mismo: “Al cabo de catorce años expuse de nuevo en privado a Pedro, Santiago y Juan, el Evangelio que proclamo, para ver si estaba correcto o equivocado. Y ellos me tendieron la mano en señal de aprobación y me encomendaron que siguiera predicando igual” (Ga 1, 9). Cuando emprendió su segunda misión, siguen diciendo los Hechos, “al ir pasando por las ciudades iba entregando, para que las observasen, las decisiones tomadas por los apóstoles y presbíteros de Jerusalén” (Hch 16, 4).
Arremete contra los falsos predicadores
Nos bastan estos datos para ver en Pablo un modelo intachable de fidelidad a la doctrina de los Apóstoles del Señor. Ahora tiene autoridad para pedir, imponer y exigir lo mismo que él hace y predica. No tolera la doctrina de los judaizantes y de los iluminados que empezaban a sembrar la confusión por Galacia y por toda Asia Menor. Y sus expresiones son terribles: ¿Por qué se pasan a otro evangelio, con el que esos falsos predicadores falsean o deforman el verdadero Evangelio de Cristo?. “Aunque yo mismo o un ángel del cielo les anunciara otro evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡que sea maldito! Se lo repito: que ese tal ¡sea maldito!” (Ga 1, 8-9).
Si esta vez truena, otras veces Pablo exhorta con cariño grande: “Manténgase firmes, mis queridos hermanos, y conserven las tradiciones de doctrina que han aprendido de nosotros, de viva voz o por carta” (2Ts 2,15).
Dar amor es un imperioso mandato
¿Y qué va a decir Pablo sobre la caridad, del amor entre los hermanos? Aquí no le oiremos tronar, sino repetir una y otra vez, incansablemente, el mandamiento del Señor: “Ámense los unos a los otros”.
Con traer el inefable capítulo trece de la primera a los de Corinto, habría más que de sobra. Pero en todas las cartas acumula los textos uno tras otro: “Nada tengo que decirles sobre el amor a los hermanos, ya que fueron instruidos por Dios sobre cómo amarse mutuamente” (1Ts 4, 9). ¿Caben palabras más bellas? “¡Colmen mi alegría, al saber que se tienen todos un mismo amor!” (Flp 2, 2). “¡Ámense profundamente los unos a los otros!” (Rm 12, 10). “No tengan ninguna deuda con otro, sino el amarse mutuamente” ((Rm 13, 8). ¡Qué expresión tan bella esta última! Es como decir: vamos a pasarnos factura. Todo lo que tú me debes, todo lo que yo te debo a ti, todo lo que nos debemos los dos, es amor, amarnos mucho, amarnos siempre. ¿No podemos pagar?
Hace partícipes a otros de lo que quiere el Señor
Si se pasa a otro punto esencial en la vida cristiana, la Eucaristía, Pablo ofrece una página incomparable. La relación primera que se escribió sobre la Eucaristía es la de Pablo, anterior a la de los Evangelios escritos.
Pablo transmite el mandato del Señor: “Hagan esto como memorial mío”. Y sigue: “Por lo mismo, coman de este Pan y beban de este Cáliz, como memorial del Señor, hasta que él vuelva” (1Co 11, 23-27).
De la boca al corazón
Finalmente, ser cristiano exige imperiosamente la oración. ¿Ser hijos de Dios, y no hablar a Dios nuestro Padre? Es un imposible. Eso sería hacer callar –así, como suena, imponer silencio- al Espíritu Santo, el cual, no sabiendo nosotros por cuenta propia cómo orar, grita dentro de nosotros y con nosotros: “¡Padre, papá!” (Rm 8, 15).
Por eso, Pablo insistirá: “¡Sean perseverantes en la oración!” (Rm 12, 12). “Reciten juntos sin cesar salmos, himnos y cánticos inspirados; canten y alaben en su corazón al Señor, dando gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5, 19-20).
A derribar el imperio
Aquellos obispos, con sólo unas palabras de los Hechos de los Apóstoles, dijeron quién es y quién no es un cristiano católico. El cristiano de los Hechos fue el que transformó el imperio. Si hubieran acudido además a San Pablo, la respuesta en cuestión hubiese llenado varios folios.
Con la gracia de Dios nos mantenemos fieles a la doctrina de los Apóstoles guardada fielmente en la Iglesia. Nos amamos sinceramente. Ofrecemos y recibimos con fervor el Cuerpo del Señor en la Eucaristía. Y la plegaria no se cae de nuestros labios. Con estos resortes, el cristiano de los Hechos socavó el imperio. Y el cristiano de hoy, con esos mismos resortes, actuaría decisivamente en la sociedad moderna.
¡Qué bendición la que llevamos dentro con nuestra fe cristiana y católica!
Pedro García MC