28 de agosto, Día del Anciano
Recibo unos calendarios que han editado sobre el tema de la ancianidad con graciosos dibujos, en los que se dicen cosas muy sabrosas sobre esa etapa de la vida a la que antes o después –ojalá llegue– nos acercamos todos.
Es un tema importante. Porque, asombrosamente, este siglo, por un lado, “produce” más ancianos que nunca –gracias a la medicina-, y por el otro, parece valorarlos menos que nunca. En este siglo de idolatría de la juventud los viejos parecen estar de más. Y hay gentes que les miran como echándoles en cara el no haber tenido la delicadeza de morirse antes.
Por fortuna, no todos piensan así. Y hay gentes que empiezan a descubrir que la ancianidad es simplemente una etapa más de la vida, un tiempo que hay que llenar de jugo y actividad como cualquier otro.
Por eso me encanta este calendario en el que, bajo el eslogan de “un anciano es mucho más que el baúl de los recuerdos”, se pinta a un viejo que escribe en una mesa: en la parte derecha del mueble hay un pequeño montón de papeles que dice “memorias”, y a la izquierda hay otro enorme montón que dice “proyectos”.
Es absolutamente cierto; el hombre empieza a disminuir el día en que sus recuerdos son más que sus proyectos, el día en que empezamos a mirar más hacia el pasado que hacia el futuro, el día en que nos autoconvencemos de que nuestra tarea en el mundo está concluida.
Esa es la peor jubilación de todas: la que alguien se impone a sí mismo. Un hombre está realmente vivo en la proporción de las ilusiones que mantiene despiertas. ¡Y hay tantos ancianos que no parecen tener más ilusión que la de ir tirando! Tirando, ¿qué? ¿Tirando su vida?
Tengo la impresión de que nuestro tiempo ha luchado más por prolongar la vida de los humanos que por conseguir que esa prolongación sea gozosa. Y hay que añadir años a la vida. Pero es mucho más importante añadir vida a los años. ¿De qué serviría añadir tres o cuatro lustros si no sirvieran más que para seguir remasticando el baúl de los recuerdos?
Pero me parece que aún hay otra cosa peor en nuestro tiempo: la gente a la que le encanta la ancianidad, pero no los ancianos; los que hablan mucho de la tercera edad, pero no soportan al abuelo que tienen a su lado.
Lo malo del asunto es que a los ancianos (con sus inevitables manías y carencias) sólo puede querérseles con verdadero amor. Y entonces, en un mundo en el que crece a galope el egoísmo, ¿qué futuro nos espera a quienes seremos los ancianos de mañana o pasado mañana?
José Luis Martín Descalzo