“No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre” (refrán popular)
En México se festeja por igual, con motivos o sin ellos, al servidor público, al albañil, al agua, a la no violencia, al cartero, a la enfermera, al medio ambiente, al niño, a la mujer, al anciano, al padre… y un innumerable etcétera. Esto obedece, en distintos frentes y por variopintos intereses, a incentivar una cultura de protección y respeto, a cuestiones históricas y de ideología, a la competencia y el mercado, pero sobre todo a ese afán celebratorio que le endilgan a nuestra esencia de mexicanos, uno de cuyos acentos se rige por aquello de “a gozar, a gozar, que el mundo se va a acabar”.
“Un invento comercial”
En este tenor de fechas dignas de ser recordadas y que “merecen” un espacio en las 52 semanas del año, figura el Día del Compadre, que hasta hace algunos años no existía y que tiene lugar en nuestro país en el tercer domingo de marzo. “Uno de los meses en el que, hasta hace poco, no había ventas es marzo, por lo que a alguien –un comerciante– se le ocurrió inventar, justo en ese mes, el Día del Compadre, para obligar moralmente a la gente a quedar bien”, apunta el antropólogo social Luis Berruecos Villalobos; es decir, la designación de este día vino a estrechar la brecha en las ventas de los comercios que se abre entre los festejos navideños de diciembre, Día de Reyes de enero y Día del Amor y la Amistad en febrero y que se prolongaba hasta el Día del Niño que se festeja en abril. Este invento comercial vino a llenar un vacío que la publicidad ha sabido explotar, pues ha relacionado la figura del compadre con la amistad, la querencia, la fiesta y, lamentablemente, el consumo inmoderado de alcohol.
Un compromiso moral y espiritual
Compater, compartis son las palabras latinas de las que proviene el vocablo “compadre”, y que a su vez se derivan de cum (com) y pater (padre), que significa “el que hace las veces de padre, el que va junto al padre”. El compadre ha tenido especial relevancia a lo largo de la historia del mundo, en su carácter de guía que entra al quite cuando las circunstancias se conjugan: en la antigua Roma este personaje compartía con el padre del niño (su ahijado/a) el compromiso de cuidarlo y protegerlo, principalmente si el progenitor llegaba a faltar. Se trataba de una forma de “asegurar” el futuro del pequeño.
En estos días, no tan alejado de aquellos tiempos en la intención de esta figura, la entraña del asunto del compadrazgo implica un compromiso más que material, de índole moral y espiritual: el padrino ha de formar al ahijado en su espiritualidad y apego a la Iglesia Católica. Por ello, es de lamentarse que usualmente, la relación de compadrazgo que se establece entre los padres de un niño bautizado y los padrinos de éste, recalca Berruecos Villalobos, sea más importante que la del padrinazgo (entre el ahijado y quienes lo apadrinan).
Para entrar a la grey
Que quede claro que la Iglesia Católica exige algunos requisitos para que alguien pueda llegar a ser padrino, que no compadre, pues esto no es el objetivo primordial sino una última consecuencia del apadrinamiento.
– Estar casado por la Iglesia.
– Llevar una vida mínima de coherencia.
– Formar en la fe a quien se va a apadrinar.
– Hacer una labor de tutor, y poner el acento en lo que los padres descuiden.
Juan Fernando Covarrubias Pérez