La muerte en la vida diaria
Estamos en vísperas de celebrar la que se considera la tradición más representativa de la cultura mexicana, en la que se mezclan tanto la cultura prehispánica como la religión católica: el Día de los Muertos. Se cuenta que es de origen pagano, pero en la Iglesia Católica ese día se recita el Oficio de Difuntos y todas las misas son de “Réquiem” (composición musical que se canta con el texto litúrgico de la Misa de difuntos o parte de él).
Tradición de colores, sabores…
Una celebración llena de ritos y ceremonias que se realizan alrededor de la festividad, en la que podemos observar las ofrendas a los muertos dispuestas en un altar: comida y bebida favoritas del difunto; fruta, calaveras de dulce, fotografías, pan de muerto, flor de cempasúchil (representativa del color con el que se pintaba a la muerte en el México prehispánico), etcétera.
Es característico en estas fechas manifestar la actitud que el mexicano tiene frente a la muerte a través del humor con las famosas calaveras literarias: versos rimados que hacen un comentario irónico de situaciones de personajes populares e impopulares, utilizando el tema de la muerte con una intención puramente humorística.
Muerte en vida
Quiero centrar el objetivo de este artículo haciendo eco del Evangelio y de algunas expresiones personales (no mías, por cierto) que más que manifestar vida expresan muerte en vida:
“La vida ya no tiene alicientes para uno, por los motivos que sea, solo la vemos pasar, pero no la vivimos”.
“Puede que sea temporal y consigas ver la salida y vuelvas a reconciliarte contigo y con la vida o puede que sea tanto el dolor y las secuelas, que solo esperas, vives porque te despiertas y respiras”.
“Muerta es aquella persona que no vive disfrutando la vida, solo sobrevive viendo los días y la vida pasar, viendo cómo los otros crecen y disfrutan su propia vida”.
La persona que está muerta en vida es aquella que ha perdido la capacidad de disfrutar de su existencia, de ocupar su tiempo satisfactoriamente; es aquella persona que solo sufre y se hunde en la nostalgia, es perder todas las ilusiones y deseos de estar vivo, hasta el punto de que la vida se convierta en una mera sucesión de rutinas que no ennoblecen ni alegran.
Muerto en vida es aquel ser que dejó que un hecho extraordinario arruinara su vida y vive anclado en él, estático y paralizado, en un estado de catalepsia absoluto, atrancado, arrinconado; sus fuerzas le han abandonado, no aporta nada, no piensa, no medita, ni siquiera se toma la molestia de percibir el exterior. Es un ser que respira, está amortajado, sin sensaciones ni emociones, un cadáver viviente, un ser que dejó morir su alma y solo lo acompaña la actividad motriz de un cuerpo que no ha partido. Es no hacer nada, ver cómo la vida pasa alrededor nuestro sin que intervengamos en ella, ser meros espectadores de la vida es estar muerto en vida.
Cuando Jesús le dijo a uno: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lc 9, 60a), con esos primeros “muertos” se refería precisamente a los que hemos mencionado, a aquellos que no son capaces de anunciar con la vida el Reino de Dios (cfr. Lc 9, 60b).
La vida se acrecienta al darla
“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales.
Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (La alegría del Evangelio, n. 2).
“La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás” (Documento de Aparecida, n. 360).
Héctor García, Escuela de Animación Bíblica, CMST
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