María de Jesús Sacramentado Venegas
Hijas del Sagrado Corazón de Jesús
- El corazón de María Natividad era una mina de oro sin explotar, y Cristo le propuso lo mejor: dejarlo todo para seguirle… la respuesta fue óptima.
- Ser prudente no es quedarse quieto, sino moverse con equilibrio y ella contaba cómo en esto aceptó ayuda. Ya iniciaba su vida religiosa, y formando parte del pequeño grupo que había en el hospital, nos da una prueba de que para ella la voz de su confesor era la voz de Dios.
En una ocasión, por determinado problema, sintió la necesidad de dejar el instituto (allá en los primeros años de su ingreso); ella, por el bien de las demás, quiso sacrificar su vocación, pero al comentarlo con su confesor, Monseñor Macario Velázquez, por toda respuesta este le dice con firmeza: “Anda, zonza, ¡pela el ojo!”; con esta frase tan inesperada, ella comprendió que debería quedarse y desde entonces, en medio de las penas, sintió grande paz y seguridad en su vocación. Lo platicaba para comprobar la grande utilidad de exponer sus inquietudes al director espiritual.
- La conocimos muy fervorosa. Toda la comunidad sabía de su amor al Santísimo Sacramento por las constantes visitas que le hacía; cada hermana que la buscaba en su celda, de no encontrarla ahí, era seguro que la localizaba en la capilla.
- Siendo ella Superiora general, tuvimos grande oportunidad de vivir al calor de sus virtudes. Con las jóvenes que ingresaban al instituto, se manifestaba cariñosa y aunque su porte era grave, la veíamos siempre amable, comprensiva y mostrando interés por cada una. Con frecuencia preguntaba: “¿Cómo te has sentido?”. Luego consolaba, aconsejaba…
- A las hermanas que a media mañana se presentaban ante ella con algún asunto y las veía cansadas, las mandaba a la cocina a tomar algo de lo que estaban preparando para la comida: una taza de caldo, etcétera. Eran pobres y no había otra cosa para entremés.
- Consideraba en todo a las hermanas. Una vez, acompañada de sor María Soledad, viajaba en autobús a Mazatlán; no existían entonces los puentes El Rosario y Acaponeta, y como era tiempo de lluvias iban los ríos muy crecidos y había que cruzar en “panga” con grande molestia para el pasaje; como ella “vivió” este detalle tan fuerte, expresó después su compasión diciendo: “¡Pobrecitas de las hermanas, todo esto sufren al venir para acá!”.
Cuando llegaban de un viaje largo, al saludarlas siempre hacía alusión al cansancio expresando compasión.
- Con toda discreción nos evitaba penas. En determinada ocasión que comenté “algo” de lo que me preocupaba en la comunidad, me dijo: “Súfrelo por mi Jesús… si tú supieras lo que te he evitado…” y sin que ella me explicara, comprendí a lo que se refería. Saber que ella conocía mis dificultades me animó de tal manera, que acabé por tranquilizarme del todo.
- Cuando advertía dificultades en las hermanas, o ellas se las exponían, después de darles maternales consejos, les pedía que fueran a visitar al Santísimo: “Anda a la capilla a ver qué te dice tu Jesús”. Quienes aseguran esto, dicen que salían de ahí llenas de paz.
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