Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan parlamento: Nelson Mandela, expresidente de Sudáfrica
A un año de las elecciones más discutidas en nuestra historia reciente, resulta oportuno hacer un alto y reflexionar sobre uno de los temas fundamentales en nuestra sociedad: la democracia. Sociólogos y politólogos afirman que en México la democracia está en pañales, es decir, naciendo, fraguándose, consolidándose como la mejor forma –hasta hoy conocida– de gobierno. Para muchos, la democracia llegó a México cuando Vicente Fox arribó a la Presidencia de la República, después de 70 años de hegemonía en el poder por parte de un único partido político; es decir, con la alternancia. Para otros más, la democracia es un proceso histórico más complejo que se ha venido formando desde la época posrevolucionaria a través de distintos momentos históricos y que, a la fecha, aún sigue madurando. Algunos más piensan que la verdadera democracia llegó cuando, a pesar de la contienda tan cerrada en los comicios presidenciales de 2006, Felipe Calderón Hinojosa fue declarado Presidente electo de México.
En pañales o no, lo cierto es que el nacimiento de este sistema político ha sido producto de un parto doloroso y es, por mucho, perfectible. Hoy no acabamos de entender si democracia es también cerrar las calles para manifestarse, levantar una barda o un campamento en plena vía pública, o decidir sobre la vida de inocentes porque se considera que éstos son un estorbo para la vida de terceros.
Definiendo
Para entender mejor la palabra como el sistema, es necesario remontarnos a sus definiciones clásicas, a fin de obtener algunas pistas. La democracia, que se traduce literalmente como gobierno del pueblo, es un sistema de organización que adopta formas variadas, en el que las personas que la integran tienen la posibilidad de influir abiertamente y de manera legal sobre el proceso de toma de decisiones.
Según el politólogo J. F. Lyotard, en sentido estricto, la democracia es un sistema político que permite el funcionamiento del Estado, en el cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta, que le confieren legitimidad al representante. En sentido amplio, es una forma de convivencia social en la que todos sus habitantes son libres e iguales ante la ley, y las relaciones sociales se establecen siguiendo mecanismos contractuales.
De campesinos artesanos
La palabra “democracia” proviene de los vocablos griegos demos y kratos, traducidos como ”pueblo” y “gobierno” o “poder”, respectivamente. La traducción tradicional entonces resulta en “gobierno del pueblo” o “poder del pueblo”. Sin embargo, la significación etimológica del término es mucho más compleja.
El término demos parece haber sido un neologismo (palabra nueva) derivado de la fusión de las palabras demiurgos y geomoros. El historiador Plutarco señalaba que los geomoros y demiurgos eran, junto con los eupátridas, las tres clases en las que Teseo (rey de Atenas) dividió a la población libre del Ática (adicionalmente, la población estaba integrada también por metecos, los esclavos y las mujeres). Los eupátridas eran los nobles; los demiurgos, los artesanos y los geomoros, eran los campesinos. Estos dos últimos grupos, en creciente oposición a la nobleza, formaron el demos. Textualmente, entonces, democracia significa gobierno de los artesanos y campesinos. En último termino, pues, la democracia sería el gobierno de todos, de los campesinos, de los artesanos y de los nobles.
La democracia en México
El Lic. Jesús Alejandro Leguizamón Delgado, historiador y politólogo, asegura que bajo una perspectiva realista hemos de considerar que en nuestro país, la democracia ha dado signos claros de existencia: “desde luego, la alternancia en el poder es una muestra de ello, así como los organismos electorales que, aún cuando necesitan repensar el fin para el cual fueron creados, han dado resultados muy positivos para México y los mexicanos, a saber: la creciente libertad de expresión, y una lista de cuestiones que sería interminable enumerar. Aquí, la cuestión es preguntarnos si en esta democracia estamos en verdad representados todos y, si en nombre de ésta, no se han cometido barbaries y atropellos.
El problema de fondo es que la democracia en México es casi la que se conoce como representativa –abunda Leguizamón Delgado–, es decir, las decisiones importantes del país son adoptadas por personas reconocidas por el pueblo como sus representantes, aún cuando se supondría que éstos deberían actuar de acuerdo al bien común, a las necesidades de la mayoría que representan, pero, lamentablemente, no es así; los representantes de los ciudadanos responden, desafortunadamente, a intereses de partidos, grupos económicos o de poder; ahí tenemos el ejemplo de la famosa “Ley Televisa”, de la que fuimos testigos de las negociaciones de representantes de la televisora con políticos de diversos partidos, a cambio de prebendas y favores. O el caso del “Señor de las Ligas”, René Bejarano, quien se guardaba fajos de billetes de un empresario, etcétera.
Democracia participativa, el reto
“La democracia participativa ha sido presa fácil de demagogos y políticos”, asegura José Cruz Romero, miembro de Participación Ciudadana, A.C. Según el especialista en temas políticos, hay quienes han tomado las calles en nombre de la justicia y, supuestamente, «en nombre de sus representados por petición suya», pero pasan por encima de los derechos de terceros. En el tema del aborto, por ejemplo, los asambleístas del D.F. no escucharon a la ciudadanía, sino que actuaron de manera parcial, porque ellos “representaban” a innumerables mujeres que sufren a causa de un embarazo. “Cómo entendemos, por ejemplo, que maestros que se dicen disidentes, en nombre de la democracia, abandonen las aulas, causándole un grave daño a los niños y al país mismo… Cómo entender que haya grupos que exijan, en aras de la democracia, actitudes tolerantes de terceros y, por otro lado, ellos mismos censuren a la Iglesia cuando opina”.
A decir de los especialistas, en México hace falta dar un salto cualitativo de la democracia representativa a la democracia participativa. “La democracia participativa o semidirecta es una expresión amplia, que se suele referir a formas de democracia en las que los ciudadanos tienen una mayor participación en la toma de decisiones políticas que la que les otorga tradicionalmente la democracia representativa. Puede definirse, con mayor precisión, como un modelo político que facilita a los ciudadanos su capacidad de asociarse y organizarse de tal modo, que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones públicas”, recalcó Cruz Romero.
Un compromiso
“Sólo teniendo una sociedad participativa, bajo el esquema de mejor sociedad, mejor gobierno, podremos aspirar a una democracia real. En la participación ciudadana se fundamenta toda sana democracia y las ventajas son muchas”, añade Leguizamón Delgado. Una de las razones fundamentales para promover la democracia participativa consiste en que tal sistema ofrece al ciudadano una capacidad de participar en decisiones orientadas hacia el desarrollo de una economía socialmente justa y humanista: “Esto promueve un ambiente de cooperación, porque se aprecian directamente las consecuencias de tales decisiones para todos y cada uno de los miembros de la sociedad. La democracia participativa auténtica hace especial énfasis en dar voz a los individuos y a las comunidades, cuyas opiniones, anhelos y aspiraciones, rara vez hallan eco o atención en los mecanismos tradicionales de la democracia representativa”, abunda Leguizamón. Se trata de un proceso de transformación que debe apuntar a promover mecanismos prácticos de participación, medios transparentes de información e investigación, adiestramiento desde la escuela en las técnicas de participación y un programa político estable que defina claramente sus metas, destinadas a generar una energía social de participación en las comunidades orientadas a la vida y decisiones del barrio, del municipio, del estado y de la nación, con el consecuente resultado de concertación, tolerancia y colaboración que necesariamente desemboque en una evidente mejora de la calidad de vida.
El único camino
Cruz Romero, de Participación Ciudadana, A.C., afirma que hay muchos asuntos pendientes por resolver en México, como las grandes reformas que se requieren para que el país camine por vías de desarrollo, entre otras. Algunas, tardarán en resolverse, pero lo que sí podemos resolver desde ahora es que, la democracia –la auténtica, la verdadera, la que no tiene disfraces– ha sido y seguirá siendo el ideal por el que ha luchado el pueblo mexicano desde que obtuvo su independencia. “Los mexicanos no quieren dictaduras militares ni dictaduras de partido; oligarquías, socialismos autoritarios o formas más o menos larvadas de totalitarismo. Quieren una sana, genuina y firme democracia. Una democracia que puede tener defectos, como toda institución humana, pero que es siempre perfectible, mientras no se le pongan obstáculos”, afirma Cruz Romero.
¿Cómo se puede lograr esta democracia en México? “Hay que rechazar, ante todo, los caminos violentos para obtenerla. La violencia engendra violencia y no llega a ningún resultado positivo. Los métodos violentos podrán ser útiles e incluso necesarios para obtener un resultado inmediato en situaciones desesperadas, pero no para lograr efectos permanentes y valiosos. Las cosas que valen se van obteniendo a través de una evolución lenta y bien dirigida, mediante la creación de hábitos y la adquisición de virtudes, por el esfuerzo continuo para llegar a las metas superiores”.
Un estilo de vida
La democracia, como ya lo hemos visto, no es nada más una forma de gobierno, sino un estilo de vida, una forma de vivir y comportarse a la que sólo se llega por un proceso de maduración y autoconciencia. Implica un gran sentido de responsabilidad y una decisión, constantemente renovada, de sacrificarse por el bien común. Y con ello un gran valor para defender –aun con la vida misma– la libertad y la justicia. Supone una actitud de crítica y de inconformidad y una permanente lucha por el derecho, pero sin violencias ni excesos. Lo que importa es la constancia; no quitar el dedo del renglón cuando se trata de salvaguardar los derechos del pueblo, como lo hiciera Gandhi en la India.
Por estas razones, la democracia es un ideal difícil de alcanzar, pero no una utopía. Si hay decisión firme de lograrlo y se aprovechan al máximo los recursos humanos –de la mente, de la voluntad, del afecto, del esfuerzo cotidiano en el trabajo–, puede muy bien realizarse. Hay que partir de una base innegable: la educación del país, para que sus habitantes lleguen a ser un auténtico pueblo, no un rebaño de borregos, no un conglomerado de esclavos, no una masa amorfa sin capacidad de determinación y decisión, sino un grupo de hombres libres, conscientes, responsables, iluminados, alertas y decididos. Ya lo había sostenido Platón en su gran diálogo de La República (Politeia): “para llegar a un óptimo régimen político hay que educar a los ciudadanos. Sin educación, los hombres y mujeres de un país no pasan de ser eternos niños, sujetos siempre a los mandatos despóticos de los gobernantes”.
Educar en la democracia
La educación para la democracia –que en el fondo es la educación para la libertad– comienza desde la niñez. “Hay que hacer ver al niño cuáles son las razones para que actúe en determinada forma. Hay que inculcarle que debe proceder por convicción y no nada más por el miedo al castigo o el halago de la recompensa. Hay que hacerle sentir su responsabilidad frente a los demás. Es imperativo que caiga en la cuenta de que no debe vivir nada más para sí mismo, para la satisfacción de su egoísmo, sino para el bien de los que lo rodean. Tal vez, al principio, no se dé cuenta bien de esto, pero poco a poco se le irá formando el hábito de ayudar, servir y encontrar gozo en hacer algo bueno por los otros”.
Al llegar a la adolescencia y a la juventud, el ser humano debe ir desarrollando un profundo sentido social. Se le debe fomentar su conciencia crítica, su responsabilidad, su compromiso frente a los valores individuales y sociales, y su decisión de luchar siempre por la justicia y el derecho. “Con este espíritu debe pasar por la educación media y preparatoria hasta llegar a la mayoría de edad. Es conveniente que en estos años de formación física y espiritual, el joven aprenda a participar en los organismos estudiantiles representativos de los intereses colectivos: consejos, asambleas, sociedades de alumnos. Y se entrene para exigir el cumplimiento de las normas legales y estatutarias de la institución a que pertenece y, con ello, el respeto a su libertad de elección y al ejercicio de sus derechos”.
Siendo ya un ciudadano por haber alcanzado la edad señalada en la ley fundamental del país, el joven debe participar activamente en todos los procesos electorales. Debe sentirse comprometido con el bien público nacional y solidario con los demás miembros de la comunidad en la lucha por alcanzarlo. Y si siente con mayor intensidad la vocación política, debe escoger el partido político que mejor responda a sus intereses y represente sus ideales.
El católico en la democracia
Qué fácil es hablar de democracia y del papel de los políticos, de sus obligaciones y deberes, pero que difícil es convencer a un católico que asuma, desde su papel de bautizado, un rol en la participación ciudadana. Los fieles laicos tenemos la obligación de participar en política. Así nos lo recuerda Su Santidad Juan Pablo II en la exhortación apostólica pos-sinodal Christifideles laici –Los feligreses laicos–, en la que nos dice: “nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso”. El Santo Padre nos hace ver que, como fieles laicos, no podemos mantenernos ajenos en nuestro hogar, porque estamos llamados a ser obreros en la viña del Señor; no debemos incurrir en uno de los pecados más graves para un cristiano: el de omisión.
Asimismo, el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia afirma: “la participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia”.
En pocas palabras
Cuando en México caminemos por la senda de una verdadera educación democrática; cuando los integrantes del pueblo mexicano sepamos ejercitar, madura y responsablemente, nuestros derechos cívicos y políticos; cuando estemos dispuestos a perderlo todo y aun a dar la vida por la defensa de la libertad, la justicia y los derechos públicos; cuando sepamos utilizar todos los medios pacíficos y legítimos para luchar contra las arbitrariedades y despotismos; cuando no dejemos pasar por alto ningún abuso de poder, ningún intento por restringir las genuinas libertades populares, entonces, sin duda alguna, habremos conquistado la democracia y sabremos mantenernos en ella, aunque sea una lucha de años. Entonces seremos el pueblo democrático que hemos querido ser desde el principio de nuestra vida independiente.
Arnold Omar Jiménez Ramírez