En “De la canción de protesta” de Fernando Delgadillo hay unos versos que dicen: “Mientras diga lo que vea, mientras tenga una opinión que levante y que sostenga cómo aprendo a decir no. Es natural, en estos sitios y estos tiempos, que la protesta acompañe mi canción”. Y hoy vivimos, de un tiempo a la fecha con más ahínco, en un país de protestas. La protesta es la vía del no acostumbramiento, del decir “Ya me cansé” que me atropellen, que me roben, que me ignoren, que me engañen. Que los políticos y quienes dirigen el país tengan los modos para hacer el bien y, al contrario, muchas veces hagan mal. La protesta es levantar la voz que se acalló por sí sola o la acallaron. Y se protesta porque hay demasiadas cosas que no están bien, que generan temor e inseguridad, que pudieran estar mejor, que amenazan con echar abajo una estructura de país que se sostiene, a estas alturas, con alfileres.
Los jóvenes están en las calles
¿Quién protesta? ¿Quién tiene la energía suficiente, los ideales en todo lo alto para salir a las calles a decirle al mundo que esto puede cambiar? Los jóvenes.El joven es el que mayormente está en la calle: el que se organiza, el que marcha, el que hace pintas, el que grita y quiere que su grito trascienda, quiere que su grito mueva corazones y conciencias y agilice las manos que construyan en aras del bien común, no de unos cuantos, del bien común: el bien que le atañe a todos, que le es común a todos, que llega a todas las manos. Las protestas, esto también hay que decirlo y subrayarlo con fuerza, muchas veces se salen de control: pero no es la vía adecuada hacer sentir el malestar generalizado dañando propiedad ajena, incitandoa la violencia, agrediendo a terceros,a inocentes, a autoridades, a instituciones: la vía es alzar el grito, y decir “Basta” de tanto atropello, de tanta desigualdad, de tanta corrupción, de tanto crimen e impunidad. Porque una protesta que deviene trifulca pierde su fiel sentido.
El cauce deseado
La tesitura de esta organización, en su mayoría juvenil,que se rebela; de este clamor que se escucha ya en varios estados del país, tendría que hallar un cauce en el que se respete la dignidad y seguridad de toda persona, en el que se construya un entramado común en el que todos tengan voz y puedan participar: es decir, un modo de resistencia pacífica. El Papa Juan Pablo II, en su mensaje a los jóvenes tras la XV Jornada Mundial de la Juventud del año 2000, dijo: “Los auténticos frutos del jubileo de los jóvenes no se pueden calcular en estadísticas, sino únicamente en obras de amor y justicia, en la fidelidad diaria, valiosa aunque a menudo poco visible”. Ni estadísticas, ni números, ni objetivos fríos: obras, trascendencia, caridad.Y la juventud tiene ahora mismo en sus manos, la oportunidad de trascender.
La única resistencia
La resistencia pacífica que hoy se requiere debiera pasar también por estos tres tópicos: obras, trascendencia, caridad. En la medida en que esta efervescencia de protestas siga creciendo a la par de ser bien llevadas y dirigidas a los sitios adecuados, en esa misma medida las cosas irán cambiando: porque tanto va el cántaro al agua que acaba por romperse. Cuando Jesús dijo que no había venido al mundo a traer la paz sino la guerra, se refería a esto: a una guerra pacífica, de diálogo, de conversión, de frutos imperecederos. Por todo ello, la única resistencia es la pacífica, es la que nos conviene. El Papa polaco, hacia el final de su mensaje de aquella jornada mundial juvenil, les pidió a los jóvenes dar testimonio evangélico. Hoy el testimonio puede ser la única moneda de cambio cuando de cambiar un país se trata.
Jacinto Buendía