A propósito de la pascua reciente de Pedro Domínguez y Rafael Navarrete, presbíteros
…Los fue enviando de dos en dos.
Marcos 6,7b.
Pedro y Rafael, dos nombres de miembros del presbiterio diocesano de Tepic que se añaden a los nombres de sus pares Sergio, Víctor Manuel, Juan Carlos, Esteban, Salvador, Efrén, José Cruz; a más de dos mil nombres en Nayarit y a cerca de 250,000 nombres, a nivel nacional, de personas cuyas muertes se han reconocido oficialmente como efecto de la Covid-19.
Lamentables tantas muertes, especialmente, si se considera que, aun en medio de todas las limitaciones en los servicios de salud en nuestra patria y de todas las comorbilidades que presenta un alto porcentaje de su población, muchas de ellas se pudieron evitar.
Desde el día que —a través de las redes sociales, fuente que ha llegado a ser, en muchos casos, para bien y para mal, fuente primaria de información— me enteré, primero del contagio, después, del estado de gravedad en que habían caído y, finalmente, con apenas unos días de distancia, de la muerte de Pedro Domínguez y de Rafael Navarrete, me llamó la atención que su camino hacia su pascua de muerte y resurrección lo recorrieran juntos, de a dos, lo cual me llevó, inevitable o, al menos inevitadamente, al pasaje evangélico en el que el evangelista Marcos presenta a Jesús —después de su enseñanza fallida en Nazaret— llamando a los Doce y enviándolos “de dos en dos”, y pensé que, en la Diócesis de Tepic, Jesús ha sido consistente en suscitar vocaciones “de dos en dos”, particularmente entre hermanos. Ciertamente, no en todos los casos ambas vocaciones llegaron a la ordenación o al ejercicio ministerial, o perduraron hasta el final, pero sí se puede descubrir esa constante a lo largo de varias décadas.
Pues bien, parece que, en el caso de Pedro y Rafael, para no perder la costumbre, han sido llamados “de dos”, aunque esta vez no al ministerio presbiteral o a tal o cual encargo concreto, sino, a la casa del Padre porque su misión en este mundo, ha llegado a su fin.
Ahora bien, dejando de lado las múltiples y diversas encomiendas que recibieron a lo largo de su vida sacerdotal a lo largo de 20 y 47 años de ministerio respectivamente y que ya han sido objeto de diversas publicaciones y prescindiendo de los comentarios al ejercicio de sus ministerios acerca de los cuales he podido leer numerosas publicaciones de agradecimiento, sobre todo de parte de seminaristas, sacerdotes, quisiera centrar mi atención en una encomienda que tuvieron en común, en distintos momentos y espacios: Director Espiritual del Seminario Diocesano de Tepic.
“El director espiritual es el responsable inmediato de la formación, animación y coordinación espiritual del seminario. Coordina, además, al equipo de directores espirituales que otorgan acompañamiento espiritual personalizado a los seminaristas”. Con estas palabras, definen Las Normas Básicas y Ordenamiento Básico de los Estudios para la Formación Sacerdotal, la figura del Director Espiritual en los Seminarios de México. Y si tomamos en cuenta que “el sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo, Esposo de la Iglesia”, “instrumento vivo de la obra de Salvación”, “epifanía y transparencia del Buen Pastor que da la vida”, resulta que la dimensión espiritual de la formación y el rol del Director Espiritual en los Seminarios adquieren un carácter central y fundamental.
Parodiando un poco a San Pablo, me atrevo a afirmar que si alguien que se forma para el ministerio presbiterial ha alcanzado un alto nivel de madurez humana, personal y comunitaria, si ha alcanzado un nivel académico satisfactorio o, incluso óptimo, en las distintas etapas de su formación y ha alcanzado un celo pastoral que le haga capaz hasta de dar la vida por las comunidades encomendadas a su ministerio, si no sido capaz de dejar que el Espíritu Santo “el agente por antonomasia de su formación” “haga en él según su Palabra” (Lc 1, 38), no pasará de ser un ser humano maduro, con una sólida y amplia formación intelectual y con una actitud de servicio son límites, pero no una “imagen viva de Jesucristo, Esposo de la Iglesia”, un “instrumento vivo de la obra de Salvación”, “epifanía y transparencia del Buen Pastor que da la vida”, no será sino “una campana que repica o un platillo que aturde” (1 Cor 13, 1).
Gracias, Pedro y Rafael, Rafael y Pedro, por esos años en que se desempeñaron como Directores Espirituales en el Seminario Diocesano de Tepic, colaborando con el “Maestro interior” en la formación de “pastores según Su corazón”.
Que Dios les dé “la corona que no se marchita” (1 Pe 5,4), que les diga esas palabras que esperamos escuchar un día: “Vengan benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo” (Mt 25, 34).
José Luis Olimón Nolasco
Tepic, Nayarit, 12 de agosto de 2021