La Voz del Obispo
La vida es un don de Dios que merece ser cuidado, respetado y protegido.
El ser humano (hombre y mujer) es una maravilla, basta con observarlo en su integridad biológica, psicológica y espiritual; refleja la más alta perfección del cosmos, que hasta el salmista expresa: “Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente. Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre” (Sal 139, 13), (Jr 1, 5; Sal 71, 6) .
En primer lugar, es necesario recordar que todo ser humano tiene una dignidad inviolable, desde el primer instante de su existencia (concepción o fecundación, como se le quiera llamar). Cada ser humano es, desde su concepción, una unidad de cuerpo y alma, posee en sí mismo el principio vital que lo llevará a desarrollar todas sus potencialidades, no solo biológicas, sino también antropológicas.
“Desde el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre… la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo, con sus características bien determinadas” (Evangelium vitae, n. 60), y solo el tiempo hará que se desarrolle como niño, adolescente, joven, adulto, anciano.
Para nosotros los creyentes la dignidad del ser humano se ennoblece más, porque los hijos son un don y una bendición de Dios para sus padres y estos son colaboradores con el Creador. Cada ser humano: hombre y mujer, ha sido creado a imagen de Dios, por eso la vida es sagrada e inviolable, que siempre debe cuidarse, protegerse y defenderse. Toda ofensa al ser humano es una ofensa a Dios, que es su Creador.
En segundo lugar, siempre es necesario una voz de alerta: ¡cuidado con el aborto provocado! Dicho tipo de aborto es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción a su nacimiento.
El aborto es un crimen horrendo contra un inocente indefenso. Atentar contra la vida de un inocente es atentar contra el valor más grande que tiene: la vida, como también es lesionar el derecho humano fundamental como es el derecho a vivir; si se le priva de este derecho, los demás derechos humanos pierden su sustento básico.
La Iglesia siempre ha defendido la dignidad humana y sus derechos humanos, entre los cuales está el derecho a la vida; por eso siempre nos invita a amar la vida y a rechazar la muerte y más la de un inocente. Desde el siglo I la Iglesia ha afirmado la malicia moral del aborto: “No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido” (Didaje, 2, 2; Bernabé, ep.19, 5; epístola a Diogneto 5, 5; Tertuliano, apol. 9; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2271). También el Concilio Vaticano II nos enseña: “Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que debe cumplir de modo digno el hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables (Gaudium et spes, n . 51, 3).
Entre todos los derechos fundamentales que todo ser humano posee, desde el momento de su concepción, es el derecho a la vida; este representa ciertamente el derecho primario, por cuanto constituye la condición de posibilidad para la subsistencia de todos los otros derechos. Este es un derecho natural que no depende de creencias religiosas, ni es otorgada por la autoridad civil, sino que es inherente a la persona.
Invito a todos los cristianos católicos, a todos los demás grupos religiosos, a todas las familias, a la sociedad entera, a los médicos, legisladores y mujeres y hombres de buena voluntad a sumar esfuerzos para proteger siempre la vida y a rechazar todo lo que atente contra esta, en cualquiera de sus formas, como es el aborto, la violencia o el crimen organizado.
Que Dios los llene a todos de amor, de paz y de alegría, y que a todos les dé su bendición.
Luis Artemio Flores Calzada