Hace casi dos meses comenzó una cruzada nacional, auspiciada por una de las dos televisoras mexicanas más poderosas y la Secretaría de Salud a nivel federal, cuyo cometido es “perder” un millón de kilos: es decir, restarle esos cerros de kilos de sobrepeso al macro índice, dado a conocer por la Organización Mundial de la Salud en su más reciente informe, que ubica a nuestro país en el segundo escalafón en todo el orbe en número de personas que acusan sobrepeso y obesidad. Y no sólo por esto se echaron a volar las campanas de la alarma, sino porque la tendencia va a la alza: más de la mitad de la población infantil mexicana es obesa.
No tan bueno con careta de bueno
Si se le mira una primera vez la intención de esta cruzada con pretensiones desmedidas puede parecer buena, incluso hay quienes se han aventurado a calificarla como una idea excelente; pero, deteniéndose a analizar la iniciativa, y yendo hasta el fondo sin otro afán más que el de darle su incidencia real, se pueden percibir otras cuestiones que en un primer momento no eran del todo claras: el eslogan con el que se catapulta la campaña: “elige estar bien”, es cierto, puede animar a hacer lo necesario para sentirse bien con uno mismo, por dentro y por fuera; el asunto es que se da a entender, no en palabras sino en actitudes y acciones sustentadas en segmentos publicitarios y material impreso, que si se logra bajar de peso se tendrán más posibilidades de ser felices, de desarrollarse como personas; en fin, el argumento se puede sintetizar del siguiente modo: estar gordito o pasado de peso constituye un aspecto negativo en la conformación de la persona. Nada más erróneo ni disparatado.
Una copia mal hecha
“¿Cuánto quieres perder?” —el programa televisivo que funciona como plataforma de la citada campaña—, como tantos otros programas de revista, musicales, reality shows, segmentos de noticieros y emisiones de concursos, no es más que una mala copia de otro extranjero, en este caso “Perder para ganar” —Biggest losser—, un reality show estadounidense que se transmitía en el canal People + Arts en sistema de cable el año pasado, cuya audiencia incluía no sólo territorio estadounidense sino algunos países latinoamericanos, incluido México.
En aquél, la mecánica, imitada en la versión mexicana incluso en sus deficiencias, consistía en que los participantes, a lo largo de la semana, eran sometidos a extenuantes pruebas físicas y la alimentación era sumamente racionada: los parámetros de calificación tenían que ver con agotamiento mental y físico, presión psicológica por sobresalir en las competencias, premios al arrojo y castigos a la pasividad, exagerada valoración de poseer un cuerpo esbelto y denostación de una masa corporal que no encuadra con los cánones de belleza actuales que, vale decirlo, constituye el espectacular spot de un discurso televisivo barato.
Lo que en el programa yanqui no estaba incluido en el libreto, pero sí en la actual versión de Televisa que se transmite los domingos por la noche, es que el formato permite la burla y los ataques directos a la persona entre los participantes: groserías, actitudes arrogantes y trampas entre ellos mismos durante las competencias, que están diseñadas para que el primigenio sentido de competir quede relegado ante el superfluo afán de sobresalir, de presumir que se puede aunque para ello se pase por encima de los otros que, al fin, son sus iguales.
Estrategias insanas
En “¿Cuánto quieres perder?”, emisión en la que se enarbolan las acciones de la cruzada y se da a conocer lo logrado semanalmente, se incentiva, contrario a lo que fácilmente pudiera pensarse, una cultura del “no-estar bien”, puesto que se valen de estrategias insanas: sin ninguna consideración se juega con los más profundos anhelos de los participantes —Yannira, una de ellos, ha confesado que su motivo para bajar de peso es ponerse un vestido; cabría preguntarse entonces: ¿y su salud no sería una razón suficiente?—, se saturan los espacios de publicidad de anuncios que promueven comida chatarra, lo que pone en entredicho la tesis que ahí se proclama una y otra vez: “vamos por una vida más sana”.
El chantaje emocional como gancho
El leit motiv -el gancho, la trampa, el motivo recurrente- del programa que ostenta el horario estelar del domingo en el canal estrella de Televisa es el más burdo chantaje emocional: en una hora de programa —que incluye resúmenes de pruebas, segmentos comerciales actuados, apariciones de artistas estelares del canal en escenas donde interactúan con los participantes, momentos de “humor” en los que se privilegia la burla y el ataque personal, etcétera— sólo se da un momento —no más de dos minutos— de sensibilización para que los telespectadores, e incluso los mismos participantes, tomen conciencia de que bajar de peso o tener el peso ideal es, sobre todo, una cuestión de salud y trascendencia personal.
No obstante la pérdida de kilos en los participantes —dos mujeres y cuatro hombres, todos, curiosamente, de escaso nivel educativo y cultural— y la aparente convicción en éstos de que deben bajar de peso, no hay, por donde se le mire, un sistema motivacional que respete a la persona y, al mismo tiempo, incentive el alcanzar el peso ideal en concordancia con poseer una buena salud: recordemos que la dignidad de la persona humana no ha de verse jamás condicionada por la apariencia física.
Continuas dosis de sentimentalismo
Si analizamos por separado a tres de los participantes, que son continuamente hostigados por la conductora en un papel lisonjero y aderezado con el más bajo sentimentalismo, se puede deducir lo siguiente: Alex, cuyo propósito de perder kilos está asociado con poder ponerse un traje; Yannira, de quien su razón de bajar de peso se reduce a poder meterse en un vestido y quien no se ha mostrado reticente para declarar: “prefiero ser una flaca… que una gorda…”, “así seré una mamá más feliz” —; y Pepe, cuyas acciones para conquistar a otra de las participantes —Elvira— han rayado en el ridículo y ha sido objeto, por ello, de lástima y burlas; de todo esto se puede sacar una primera conclusión: estar gordo es sinónimo de infelicidad, de insatisfacción con lo que se tiene, de desagrado con la apariencia.
Se vilipendia el lado emocional, se explota el sentimentalismo que deviene en el fácil llanto producto de confrontaciones de los participantes con sus seres queridos o mediante la recurrencia a recuerdos de acciones o palabras que dejaron sinsabores o constituyeron momentos dolorosos.
Espejismo en el desierto
Lo que se proyecta desde el programa es irreal porque se sustenta en la obligación (condiciones y contrato de por medio): los participantes son recluidos en una casa de donde no pueden salir, son sometidos a un horario estricto, no pueden ingerir más que lo que ahí se les sirva, son atendidos por médicos capacitados todo el tiempo, disponen de excelentes instalaciones, incluido un gimnasio dotado con los mejores aparatos, se da seguimiento a su historia clínica, etcétera; es decir, la fuerza de voluntad en realidad no es más que un paquete acomodaticio para lograr el objetivo: disminuir la masa corporal. Y los telespectadores ¿acaso disponen de todas esas bondades de las que echan mano los participantes?
¿Y los niños?
Si se ha montado una cruzada nacional para perder un millón de kilos, si se ha ideado un eslogan que anima a procurar sentirse bien con uno mismo, si se está realizando un programa televisivo dominical con alcances por demás importantes y cuyo giro es contribuir a los logros de la cruzada y, si se sabe, por último, que más de la mitad de la población infantil de México acusa sobrepeso u obesidad, ¿por qué, entonces, en “¿Cuánto quieres perder?” no se dan a conocer estrategias o consejos para que los niños bajen de peso o no se reconviene a las madres y padres de familia para que procuren una mejor alimentación para sus pequeños?
Jacinto Buendía