En el comienzo de mi vida sacerdotal, fui llamado a servir en la Pastoral Vocacional. Con cierto temor pero con una gran confianza en Dios acepté caminar en esta comisión. Llegué en un tiempo en que urgía la renovación y la unión de todos los equipos que trabajaban en la diócesis. Momentos de luces y sombras, de alegrías y desolaciones; pero siempre con la palpable presencia y consuelo del Señor.
Tuve la oportunidad de trabajar en equipo con laicos, religiosas, seminaristas, –tanto en la diócesis como a nivel provincial y nacional– que son un testimonio creíble de servicio y amor a Cristo y a la Iglesia. Las alegrías mas sublimes las viví, sobre todo, en los preseminarios: el momento en que contemplaba la mirada, la expresión de los rostros y el gozo que los jóvenes proyectaban al encontrar la voluntad de Dios en sus vidas, el instante en que se encontraban con sus padres que con palabras de amor y de aliento manifestaban el apoyo incondicional a sus hijos; ocasiones que en la mayoría de los casos, yo también terminaba con lágrimas de felicidad.
Todo ello era la corona que recibía después del largo y –en ocasiones desgastante– proceso de discernimiento y acompañamiento. Terminaba diciendo “Gracias Padre, porque así te ha parecido bien”, ha valido la pena. La coordinación de la Pastoral Vocacional fue una experiencia que afianzó mi respuesta vocacional, en medio de las dudas y dificultades, me enseñó a entender las encrucijadas de la vocación, y a no renunciar a la cruz, “si Cristo no renunció a la cruz, yo tampoco”. Cinco años de pastoral vocacional, me ayudaron a valorar y a amar mi vocación sacerdotal. Me ayudaron a vivir al máximo.
Padre Jorge Alfonso Cueto Bustos