Estamos en la época del año en que a todos se nos tienta con un surtido alucinante de bienes de consumo, época en la que también una gran variedad de personas y personajes nos acusan de consumistas, tratando de frenar todo el dispendio que ocurre en la temporada.
¿Consumir o no consumir?
Habría que hacernos varias preguntas: ¿es este un fenómeno moderno, impulsado por la mercadotecnia y la publicidad que prolifera en todos los medios? Parecería que no; “echar la casa por la ventana” es algo muy tradicional en nuestra sociedad. Bodas, bautizos, fiestas del santo del pueblo y, por supuesto, las Navidades, son ocasiones para demostrar que gastamos sin miedo. Tal vez no sea el mejor de nuestros valores, pero es un hecho: a los mexicanos nos gusta demostrar que tenemos con qué gastar y agasajar a quien se nos acerque en toda clase de celebraciones. Si, al día siguiente, estamos en la cola de la casa de empeño, no importa; como dice la frase popular, “lo bailado nadie me lo quita”. ¿Realmente nos beneficiaría el que sólo gastáramos en lo indispensable? En el extremo, no. Si solo gastáramos en lo indispensable, miles de empresas tendrían que cerrar, ya que sus productos no son de primera necesidad. Con ello habría un gran desempleo y la economía sufriría un descalabro mayor.
Dejar de consumir, sólo para acumular, tampoco genera ningún bien; de hecho, lo que trae es la parálisis de las economías, como ocurre cuando el dinero sale del país para depositarse en bancos extranjeros, o cuando no se utiliza para generar empleo.
No es tan simple este dilema: si hay consumismo, malo; si hay austeridad, malo también. Como en muchas falsas disyuntivas, la solución está en el justo medio. Consumir, sí, pero sin arruinar la economía familiar, sin dañar nuestra posibilidad de un sano ahorro.
Retablo actual de Navidad
Mala perspectiva y pésimo enfoque es considerar la Navidad como un acontecimiento del tiempo pasado, sin referencias claras del presente. Todos y cada uno de los personajes actuantes en la primera Navidad, esbozados primorosamente en el texto evangélico, los podemos ver vivos y reales en nuestro entorno actual.
Hagamos un breve repaso del elenco de protagonistas de la Navidad y veamos si de algún modo siguen siendo símbolos válidos de personas conocidas en la actualidad:
El rey Herodes
Harto de lujo, riqueza y poder, lleno de frivolidad, aferrado al trono, despreocupado del bien de su pueblo y nervioso por el anuncio del Mesías, de quien recela como su competidor. ¿No es el símbolo de algunos poderosos, gobernantes y políticos actuales?
Los magos de Oriente
En actitud sincera de búsqueda, intérpretes de los signos del Cielo, fieles a la voz interior de su conciencia e inaccesibles al desaliento, al cansancio, a las burlas, al respeto humano… ¿No son signos de aquellos hombres que buscan de manera honrada la verdad, se ponen en camino hacia ella, adquiriéndola afanosamente por todas partes, aún a costa de múltiples esfuerzos y sacrificios?
Los habitantes de Belén
Acomodados en sus casas, ajenos a la necesidad de los extraños, ignoran la identidad de los forasteros, egoístas en su bienestar… ¿No son el claro símbolo de muchos ciudadanos que cierran las puertas no sólo de su hogar, sino de su corazón, ante los problemas de paro, migración, pobreza, enfermedad y marginación que angustian a sus conciudadanos?
Los dueños de la posada
Instalados en su pequeño negocio, preocupados en medrar y ganar dinero, buscan únicamente el bienestar material y miran la ganancia como único fin; se han incapacitado para reconocer a Dios que llama a su puerta y se han vuelto insensibles a las necesidades de una familia pobre. ¿No son el símbolo de tantos que sólo viven para su negocio, para su conveniencia y dan portazo a Dios que llama a sus puertas en la persona de los más necesitados?
Los pastores
Reciben con fe e ilusión la buena nueva del Nacimiento del Niño; se unen, marchan animosos al portal, ven, adoran, ofrecen sus dones y vuelven jubilosos a sus casas alabando y bendiciendo a Dios… ¿No son el ejemplo palpable de la gente sencilla del pueblo que ha creído, adora, practica y vive gozosa su fe, esperanza y solidaridad?
San José
El hombre bueno y justo, el esposo amante y sufrido, el trabajador prudente y callado, el testigo fiel y asombrado de las maravillas de Dios… ¿No es el símbolo del obrero de toda condición, fiel cumplidor de su deber, buen padre y buen esposo, que sabe estar en su sitio pese a las pruebas y dificultades de la vida?
María
La Madre de Jesús, Virgen y Madre, amorosa y confiada, interioriza el acontecimiento, alaba y bendice a Dios y se centrada totalmente en su Hijo, sintiéndose instrumento de las maravillas que Dios obró en ella y con todos los hombres… ¿No es el símbolo de todas las madres del mundo que viven por y para sus hijos, y a la vez de todas las mujeres vírgenes consagradas a realizar en sus vidas la voluntad de Dios?
Los curiosos
No faltarían en Belén, como en todas partes; acuden al portal para ver la novedad, cuchichean y comentan, murmuran y critican, pero no deciden acercarse y miran todo como un evento que no les afecta. ¿No son entonces el símbolo de tantos espectadores que, frente al misterio, se limitan a mirar y a no implicarse en él, a tantos críticos que pasan de todo y se sienten ajenos a lo que en la Iglesia se celebra y realiza?
El Niño Jesús
Verdadero hombre y verdadero Dios; llora y sufre, ama y sonríe, mama y se ensucia, duerme y sueña, vive en la tierra y mora en el Cielo… ¿No es el símbolo de todos los niños del mundo, de los nacidos y de los abortados, de los queridos y de los rechazados, de los ricos y de los pobres, del niño inocente que todos fuimos y del hombre inconsciente que ahora somos?
¡Belén, retablo de Belén, entren señores y vean si se encuentran representados por alguna de las figuras de este singular retablo!
Mercadotecnia de la Navidad
El mundo cristiano se apronta para celebrar, el próximo 25 de diciembre, la Navidad, el Nacimiento de Jesús. El comprador prepara los adornos navideños para el verde arbolito de plástico y complaciente repite una y otra vez a hijos y sobrinos: “Escríbele al viejito Pascuero”. Ante la insistencia, los niños, que sospechan que tanta euforia puede beneficiarlos, cumplen muy bien la misión y sin saludar siquiera al barbudo y obeso personaje, rápidamente enumeran sus “necesidades”. Si por error, el niño nombra un solo artículo, el comprador navideño le añade “uno no, más… ¡Pide más!”. Así, cartita en mano, corre al centro (donde está el correo, pero no pasa por allí) a tratar de cumplir con las largas listas de regalos, hasta donde alcance la tarjeta de crédito. Las cuotas de las compras navideñas los perseguirán aún cuando los juguetes y cositas que brillan, o sea, joyas para la señora, zapatos de charol o ropita con lentejuelas; se encuentren repartidas o desarmadas en el fondo del closet o regadas por el patio.
Una tradición sin sentido
Año tras año, sin embargo, los creyentes y muchos no creyentes también se mueven como autómatas por centros comerciales, buscando desde el adorno de moda para el arbolito hasta los regalos más extravagantes. Nadie sonríe, la cara de cansancio de los compradores atraviesa los cristales de las vitrinas y como un espejo le devuelve la imagen, pero el personaje sigue sin sonreír, porque no se reconoce. Y llega a su casa con los pies hinchados, la piel sudada, porque el comprador tiene la convicción de hacer felices a los demás en la medida en que agote sus recursos económicos. Hace esfuerzos, fila en bancos y cajas de compensación para lograr el préstamo y así comprar los regalos y dejar un poco para vacaciones.
Pero lo que el comprador navideño no sabe es que Jesús no nació un 25 de diciembre. Esta fecha fue adaptada por los Padres de la Iglesia desde antiguos ritos babilónicos. Eso no tendría importancia si no fuera porque el comprador no regala nada que no sea capaz de comprar.
Sus hijos, pareja, padres y amigos recibirán siempre cosas. Y lo que hace felices a las personas no es posible adquirir en cadenas con crédito o efectivo, no se compra en ninguna parte. Regalos sin más envoltorios que una mirada y unas manos limpias pueden darse todos los días, no necesitamos un cumpleaños de alguien o que caiga nieve en un centro comercial mientras afuera hay 30º C.
Un poco de compromiso, fidelidad, la promesa de ser padres responsables y saber establecer límites, tomar de la mano al otro al caminar y comprenderlo sin pedir explicaciones. Regalar, por ejemplo: fe, honestidad, lo mejor de mí, de cada uno. Regalos inolvidables, imborrables que traspasarán la memoria y transformarán incluso la vida de algunos. ¿Le cuesta señor comprador navideño?
Olvide las tarjetas, guarde los ahorros. Pregúntese si sus hijos serán más felices con el Mp3, ese día si los deja en compañía de la TV el resto del año y les dice “déjame oír noticias” cuando quieren contarle algo; o si nunca fue a un acto del colegio donde ellos actuaban: Regála-te, da de ti. Esos son los regalos que importan y cualquier fecha es buena para esto.
Rigoberto Robles
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