Construir la propia vida

La tarea de ser felices

 

Oda Nabunaga fue un señor de la guerra; medio legendario, a quien entre otras epopeyas se le atribuye la sangrienta unificación del Japón medieval. Se dice que Oda Nabunaga se dirigió con su pequeño ejército a enfrentarse con otro señor feudal que tenía un ejército mucho más numeroso. Sus vasallos estaban desmoralizados. Cerca del lugar donde se debía dirimir la batalla se erigía un templo sintoísta. Era un templo muy parecido al de Delfos en la antigua Grecia, que tenía la capacidad de vaticinar los favores divinos: las personas acudían allí para orar a los dioses y pedirles su gracia. Cuando se salía del santuario era costumbre lanzar una moneda al aire; si salía cara, se cumplían los favores que se habían pedido. Oda Nabunaga fue al templo y rogó ayuda de los dioses para que fuesen favorables a su ejército a pesar de ser menos numeroso. Al salir del templo, lanzó la moneda y salió cara. Sus guerreros envalentonados se dirigieron presurosos a la batalla y la ganaron. Cuando la lucha se acabó, un lugarteniente se dirigió a Oda Nabunaga y le dijo: “Estamos en manos del destino, nada podemos hacer contra aquello que deciden los dioses”, y Oda Nabunaga le contestó: “Cuanta razón tienes, amigo mío”, y le enseñó la moneda: tenía dos caras.

 

La moraleja de la historia de Nabunaga nos dice que, a menudo, el destino está en nuestras manos. El futuro se debe construir y nosotros tenemos mucho que decir al respecto. Para hacer realidad aquello que queremos, es necesario creer que nuestro futuro no es un regalo. No estamos delante de una situación totalmente ajena a nosotros, más bien, nuestro futuro es algo que podemos conquistar. El ser humano tiene la capacidad de ser guionista y protagonista de sus propias.

Cuando las circunstancias personales, familiares y del entorno, no son las necesarias para construir lo que hemos deseado ser, nos ponemos de frente a los desafíos que la vida misma nos confiere. La respuesta que cada quien da a esos embates existenciales, es la diferencia entre vivir una vida con sentido y una vida sin él. V. Frankl, precursor de la logoterapia asevera que el hombre siempre posee la libertad para elegir la actitud que desee asumir ante las adversidades de la vida. Ante una circunstancia adversa cada quien elige asumirla ya con una actitud de esperanza o ya de derrota.

 

En estos tiempos se habla de la depresión como uno de los males que aqueja a la humanidad, encontramos una prolija investigación sobre la depresión, de su etiología,  de su tipología, de sus factores, de sus tratamientos. Pero ¿qué tanto tiene que ver la falta de compromiso del hombre hacia la construcción de su futuro, de la irresponsabilidad de su propia persona? Si el futuro es una conquista entonces necesita de una planeación, estrategia, acciones, esfuerzo, voluntad, apertura, flexibilidad y una larga lista de actitudes, habilidades y conocimientos para lograr esa conquista. Además de poseer la firme convicción de que las crisis, existenciales o de cualquier otro orden, serán un desafío, que la confianza es el fundamento y una perspectiva real y optimista.

 

Para quienes piensan que la vida es difícil, que literalmente se vive en un valle de lágrimas, es posible cambiar de pensamientos, recuperar la capacidad de superar heridas y experiencias dolorosas, es posible devolverles su autovalía, su confianza en el futuro y sus ganas de vivir porque la decisión de ser una persona plena y feliz es un asunto de voluntad y esfuerzo. Actualmente los recursos de ayuda se abren como un abanico. Considerando la pertinencia de éstos, la seriedad y profesionalismo que ofrezcan y para los católicos se nos ofrece el evangelio como el umbral para vivir una vida llena de sentido. En  la Exhortación  Apostólica “Evangelii Gaudium” del Santo Padre Francisco, al inicio del texto, ratifica que “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría…”

 

Una exhortación que se dirige al espíritu del hombre, a la autenticidad de él mismo, para creer en Jesús hay que creer en uno mismo, para confiar en Él, hay que confiar en uno mismo; es necesario un trabajo constante en la propia persona, de una legítima autoestima, de la firme creencia y de sentirse, realmente amado por Dios.

 

 

Laura Retes

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Comentarios a la autora: (perezsandy59@gmail.com)

 

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