Amigos lectores de La Senda, por los cuatro puntos cardinales de nuestra Diócesis de Tepic y del mundo católico se escucha la calurosa invitación a todos los católicos para que nos comprometamos en la gigantesca obra misionera de la Iglesia. Y con razón, pues la Iglesia sin las misiones, es decir, sin la tarea de hacer llegar el anuncio del Evangelio hasta los últimos rincones de la Tierra, no sería la Iglesia de Jesús. El Papa Pablo VI afirmó: “La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los doce” (Evangelii nuntiandi, n. 15).
Ir a evangelizar
Fue el mandato expreso que el Señor dio a los Apóstoles: “Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará, pero el que no crea, se condenará” (Mc 16, 15). A todo el mundo, es decir, “a toda nación, familia, lengua y pueblo”(Ap 14, 6).
De acuerdo con este mandato, que lo tomó para sí, como lo hicieron los demás Apóstoles, San Pablo les dijo a los de Corinto que su obligación es evangelizar. Y esto lo hizo día y noche internándose en los pueblos paganos, dando como resultado el establecimiento de numerosas comunidades y llegando, incluso, a la capital del Imperio Romano, donde dio su vida como prueba de fidelidad al Evangelio y de legitimidad de todo lo que predicaba.
No es de extrañar que el Concilio Vaticano II invite a todos los fieles católicos del mundo a tener viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio. En efecto, afirma: “Todos los fieles, como miembros de Cristo vivo… tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación del cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a la plenitud” (Ad gentes, n. 36).
La enseñanza del Concilio aquí citada se dirige, sin duda, a cada individuo, como miembro bautizado, pero va más allá y quiere que toda la comunidad caiga en la cuenta de que es una obligación del conjunto que la integra: “Mas como el pueblo de Dios vive en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de cierto modo se hace visible, a ellas corresponde también el dar testimonio de Cristo delante de las gentes” (Ad gentes, n. 37).
El que es evangelizado, evangeliza
Pero la fe, nos dice el Papa Francisco, “tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo como comunión real de los creyentes… La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y convertirse en anuncio” (Lumen fidei, n. 22).
¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio, porque estaría faltando a la verdad de ser creyente! ¿Y por qué me atrevo a decir esto? Porque el Papa Pablo VI nos lo dejó escrito en su exhortación apostólicaEvangelii nuntiandi, con toda claridad y firmeza: “El que ha sido evangelizado, evangeliza a la vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia” (n. 24).
Que nadie diga que está imposibilitado para ser evangelizador, pues hay dos maneras de hacerlo: a) Mediante el testimonio personal –predicar con el buen ejemplo– como punto de partida, no importa si está ciego, cojo, sordo, mudo o tirado en una cama o sentado en su silla de ruedas, con tal de que viva de acuerdo con el Evangelio; y b) “Sin embargo –nos dice el Papa–, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado… explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús” (EN, n. 22).
Oración, sacrificio y limosna
Para ver que nuestro granito de arena contribuye positivamente en la obra evangelizadora de la Iglesia, debemos poner como base dos grandes bloques: la oración y el sacrificio. Sin duda que el sacrificio y la oración van inseparablemente unidos a la limosna.
Los responsables de la promoción de las misiones en la diócesis nos pedirán a todos poner en acción esos tres elementos básicos de toda actividad cristiana. Vayamos todos, hombro con hombro, a cumplir esta tarea y hagámoslo con alegría, como nos dice el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (Evangelii gaudium, n. 21).
Lic. Félix Quintero Peña
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