Ser enfermera me dio la oportunidad de cuidar de la persona en las distintas etapas de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte; sin duda la parte que más me cautivo fue cuidar del adulto mayor, tener la oportunidad de regalar al hombre paz, amor, felicidad, entre otras cosas antes de su partida es algo invaluable.
Mi primer paciente geriátrico lo conocí en mi casa, sin darme cuenta mi abuelo y padre empezó a necesitar de mí y de mis cuidados, fue difícil distinguir en qué punto aquel que cuidó de mí, ahora me necesitaba. Todo pasa tan rápido que no te das cuenta, y para él como para todo adulto fue difícil admitir que necesitaba a alguien más, sin embargo, jamás dejó de ser él, jamás dejó de ser músico, padre y pilar de la casa.
Ellos siguen siendo igual, tal vez su capacidad física y mental cambia o disminuye, pero siguen siendo aquel ingeniero, doctor, negociante, madre, padre, etc. Como familia debemos de hacerlos sentir útiles, capaces y amados, entender y comprender los cambios que están experimentado, tratarlos como lo que son, personas sabias y capaces que, si bien necesitan de nosotros, no dejan de ser ellos.
De acuerdo con esa experiencia me di cuenta de la responsabilidad que tenía como enfermera. Trabajo en un asilo y no solo cuido de un adulto mayor, cuido del padre, la madre, el abuelo, la abuela de alguien; cada día me enseñan cosas nuevas y aprendo más de ellos.
Ayudemos a nuestros adultos mayores, démosle la felicidad, amor y dignidad humana que necesitan, brindémosles nuestra juventud sin hacerlos sentir que se han perdido a lo largo de los años, solo acompañando, cuidando y amando.
Rosario Fuentes
Lic. en Enfermería