Es natural que ante un hecho tan emocionalmente estruendoso y cuyas imágenes fueron repetidas hasta la saciedad por medios electrónicos audiovisuales como el acontecido en París el 13 de noviembre, las primeras reacciones sean una mezcla de estupor y miedo. Nuestra naturaleza humana responde replegándose en sí misma y temiendo lo exterior frente a esos estímulos poniendo un poco entre paréntesis la racionalidad.
Sin embargo, a esa reacción inmediata ha de seguir, si somos verdaderamente humanos, la ponderación y la reflexión, pues de lo contrario quienes provocaron el terror cosechan ya una primera victoria y si la nación que se considera agredida en algunos de sus ciudadanos y teme una escalada de violencia reacciona con amenaza armada, dará pie a más violencia siempre imprevisible e irracional.
Parece que el gobierno francés ha tomado este camino buscando alianzas para atacar desde el aire territorios ocupados por el Ejército Islámico en Siria, al que verosímilmente se le atribuyen los atentados terroristas. ¿Qué se ha logrado con esto? Un alza inmediata de las acciones de las empresas que se dedican a fabricar armas y muy poco más, pues creo que más que atacar blancos visibles en esos territorios habría que investigar, por una parte, los vínculos y sobre todo las razones del apoyo en países occidentales y por otra, las ayudas económicas y estratégicas procedentes de las monarquías autoritarias de la península arábiga y quizá de Turquía. Pero algo así equivaldría a “abrir la caja de Pandora” y mostrar el lado turbio de gobiernos aparentemente democráticos y sobre todo que la crisis de Siria tiene mucho qué ver con los errores de Estados Unidos en Irak. Se trata de algo que da miedo sobre todo a las potencias belicistas que están empeñadas en proteger intereses económicos de grandes dimensiones y a seguir considerando a los asiáticos y africanos como irremediables culturalmente y potencialmente peligrosos por diferentes.
Además, es muy importante conocer cuáles han sido los principales blancos de los más relevantes atentados acontecidos en París: el semanario “Charlie’s Hébdo(madaire)” y el centro nocturno “Bataclan”.
En el primer caso se ha dicho que se trató de un ataque a la libertad de expresión y que sólo una postura fundamentalista e intolerante como la demostrada con el atentado puede explicarlo. No estoy de acuerdo en esa afirmación y por ello cuando se me propuso sumarme al manifiesto de “Je sui Charlie” me negué. No es una publicación constructiva y menos tolerante: se trata de un periódico sarcástico, de mal gusto y a veces con ribetes blasfemos. Una tendencia dentro del islamismo reaccionó dura y excesivamente al grado de cometer asesinatos contra burlas al profeta Mahoma, pero no una sino bastantes veces este semanario se ha burlado en sus textos o ha presentado caricaturas altamente ofensivas al cristianismo tomando como tema a Jesucristo, a la Virgen María o a manifestaciones de fe de los cristianos y especialmente de los católicos. Sin embargo, el paraguas de la “libertad de expresión” arraigado entre nosotros sobre todo por la difusión de la ideología liberal, ha cohibido a la que me parece legítima defensa de nuestros valores, aunque jamás pueda justificarse atentar contra cualquier vida humana. No creo por consiguiente que el silencio, la ignorancia o la repetición de lo muy dicho pero no probado en detalle sea la mejor postura pues la sabiduría popular lo afirma: “el que calla otorga”.
En el caso de “Bataclan”, a nadie que pertenezca a la generación de más de sesenta años se le oculta el significado sobre todo de “bataclana” y el lugar parisino no es un inofensivo “centro de conciertos” como tanto se insistió en los reportajes, sino un espacio de libertinaje sobre todo en materia de adicciones aceptadas dentro de determinados círculos de las sociedades contemporáneas. En una manera de pensar excesiva, pero que tenemos que esforzarnos en comprender, una tendencia dentro del Islam considera válido atacar sitios considerados inmorales. En una opinión que fue bastante criticada pero que dejó abierta una pregunta que no deberíamos dejar sin respuesta, el novelista español Arturo Pérez Reverte expresó: “¿Cuántos segundos habrían durado vivos atacantes terroristas que intentaran asesinar a los asistentes a una mezquita?” Pues el arrojo y la valentía, la solidaridad con quienes son atacados escasea en la vida práctica y se refugian en declaraciones retóricas.
Las situaciones en que se encuentra nuestro mundo no son simples sino complejas. No se trata de una lucha “entre el bien y el mal” con espacios bien identificados o con modos de pensar maniqueos. No es tampoco una guerra de religiones y ni siquiera un “choque de civilizaciones”. Es algo que tiene que resolverse, antes que en la palestra política o en el campo de batalla, en el corazón humano, sede de la libertad y de la orientación de ella hacia el cuidado del prójimo. Su Santidad el Papa Francisco en el rezo del ángelus del domingo 16 de noviembre expuso lo siguiente, después de enviar sus condolencias especialmente al pueblo francés: “[…] Tanta barbarie nos deja consternados y nos hace preguntarnos cómo el corazón humano pueda idear y realizar actos tan horribles, que han asolado no solamente a Francia sino también al mundo entero. Ante tales hechos no se puede dejar de condenar la incalificable afrenta a la dignidad de la persona humana. Deseo volver a afirmar con vigor que ¡el camino de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad! Y que utilizar el nombre de Dios para justificar este camino ¡es una blasfemia!”
No podemos justificar acciones terroristas cualesquiera que sean sus motivaciones. Pero intentar comprender éstas nos hará bien.
Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco
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