La Sierra del Nayar, necesitada de la siembra de las misiones
Mi nombre es Cecilio Urenda García, vivo en la Sierra del Nayar y soy el encargado del laboratorio de cómputo de un colegio de nivel bachillerato. Tengo 31 años. Soy católico, mi familia también lo es; nuestra fe ha sido alimentada gracias al trabajo incansable de los misioneros que, en diferentes épocas, han evangelizado estas tierras de misión.
Mi parroquia está ubicada en la Prelatura del Nayar. Nuestra iglesia es una iglesia misionera que está enclavada en el centro de la Sierra Madre Occidental mexicana, cuyo territorio comprende parte de los estados de Nayarit, Durango, Zacatecas y Jalisco. En el territorio de la Prelatura del Nayar habitan indígenas huicholes, coras, tepehuanos, mexicaneros (náhuatl) y mestizos. Esta zona fue evangelizada tardíamente, aunque hubo intentos de penetrar la sierra por parte de frailes franciscanos que provenían de los conventos de Acaponeta, la Cruz de Zacate de Tepic, Ahucatlán, Zacatecas y Durango. Por estas tierras pasó el insigne misionero, hoy beato, Fray Margil de Jesús.
Larga lista de misioneros
Los jesuitas lograron entrar plenamente al territorio del Nayar en el año de 1722. La historia señala que la conquista no se dio por vía de las armas. Los jesuitas les enseñaron a los naturales a vivir en pueblos, a cultivar la tierra y a cuidar el ganado; además, les impartieron clases de catecismo y letras. Los misioneros, a su vez, aprendieron el idioma cora, a fin de poder enseñarles las principales oraciones e, incluso, editaron un catecismo en la lengua nativa. Destruyeron los adoratorios coras para alejarlos, según el pensamiento de la época, de las prácticas diabólicas. Asimismo, defendieron a los nativos de los soldados españoles, que querían obtener mano de obra gratuita en las minas, al más puro estilo de las antiguas encomiendas. Posteriormente llegaron a evangelizar algunos sacerdotes provenientes de la Diócesis de Tepic; también vinieron los Padres de Mariknoll, y luego los franciscanos. Hoy, además de estos últimos, esta tierra está siendo evangelizada por sacerdotes diocesanos nativos, así como por religiosas y catequistas en cada pueblo con el objetivo de formar la Iglesia local.
Tareas por acometer
Los retos que afrontan los misioneros son muchos, especialmente en lo referente a la cultura, el idioma y, no está por demás decirlo, el acceso a las comunidades por lo accidentado del terreno, que está lleno de barrancas y laderas pronunciadas, lo que obliga a los evangelizadores a recorrer enormes distancias para poder llegar a los indígenas.
Personalmente, al pensar en un misionero o en una misionera me asombro positivamente, pues su labor y testimonio me remiten a su gran fe. Ellos realizan un trabajo desinteresado, llevando, desde el Evangelio, nuevos elementos que enriquecen las culturas en las que se insertan.
Vicios que están en el origen
Creo, y lo veo a diario porque vivo en un pueblo cora, que su vida familiar, social, política y cultural gira en torno al templo y las imágenes. Es un pueblo lleno de fe, impregnado de elementos cristianos que hacen que la cultura sea más rica y con más valores, valores que ya no están presentes en otras culturas ya globalizadas. Cuando se visita, por ejemplo, el pueblo de Jesús María u otros poblados del Nayar, se puede constatar cómo sus tradiciones están matizadas por la fe que estos pueblos han recibido a través de los misioneros.
Por otro lado, las tradiciones se están viendo afectadas a causa de una interminable lista de dificultades, como el alcoholismo, y aunque es reconocido como un problema de salud, éste es parte medular de sus fiestas. La prostitución se da en gran escala; hay también asaltos y robos, y migración hacia las costas mexicanas y hacia Estados Unidos. Los que logran acceder al poder, aún siendo indígenas, desvían los recursos para su bien personal, dando como resultado que la pobreza esté presente con todas sus consecuencias, y esto es la justificación para que muchas personas acepten sembrar y traficar diferentes tipos de drogas. A esto se aúna que quienes estudian dejan de lado las costumbres de sus comunidades; entre otras cuestiones que laceran la vida social y espiritual.
Estos problemas hace que los indígenas sean vulnerables ante otras propuestas de fe, ya que algunos grupos religiosos les ofrecen regalos y dinero. Por todo esto se necesitan con urgencia misioneros que evangelicen ante estas nuevas realidades; misioneros que conozcan la cultura y desde allí la enriquezcan con nuevos elementos, que estén presentes en lo económico, en lo político, en la cultura, en lo social, en lo religioso, puesto que sólo así habrá una transformación integral de estas realidades.
Cecilio Urenda