En este mes de febrero, justo a la mitad, se conmemora el Día del Amor y la Amistad, que se remonta a la época romana: en la antigüedad, y precisamente antes del inicio de la primavera, el 15 de febrero, se celebraba al dios Fauno Luperco, festejo que era conocido también como la fiesta de la fertilidad o lupercales. En aquella época, no como ahora gracias a ese pensamiento hedonista e individualista, tenía suma importancia concebir muchos hijos; debido a esto, las personas que tenían pocos hijos o ninguno se consideraban a sí mismas como maldecidas y practicaban diversos ritos para asegurar la fertilidad. Ahí radicaba lo valioso de esta festividad.
Los romanos tenían un lugar sagrado donde, según la leyenda, una loba había amamantado a Rómulo y Remo, el primero de los cuales había fundado Roma. Ese lugar era llamado el Lupercal –de la palabra latina lupus, que significa lobo–, donde se llevaban a cabo las “Lupercales”: se sacrificaban animales, y se creía que quienes entraban en contacto con la sangre de los sacrificios se curaban de la esterilidad. Por ello, dichas festividades estaban asociadas con el amor y el sexo.
Purificación del festejo
En el siglo V, el Papa Gelasio prohibió esta celebración pagana; sin embargo, la fiesta continuó bajo otro nombre y con una connotación cristiana. De este modo, el festival lupercaliano pasó al 14 de febrero, día de San Valentín, con una procesión en la que se elevaban plegarias de fertilidad y contra la muerte. De San Valentín, más tarde, se crearían leyendas que explicarían la relación con la festividad para desterrar en definitiva el rito pagano y teñirlo, en sus inicios, de referencias cristianas.
De San Valentín al Día de los Enamorados
No obstante que de acuerdo con la Enciclopedia Católica, existen tres mártires con el nombre de San Valentín que bien podrían responder a la explicación de la efeméride y las variadas leyendas que se cuentan en torno a los tres personajes: por ejemplo, la del Valentín del siglo III que fue decapitado un día 14 de febrero porque casó parejas en secreto; o aquel otro Valentín que la Iglesia Católica excluyó del calendario litúrgico bajo el papado de Paulo VI el 14 de febrero de 1969, porque no se encontraron pruebas de sus milagros; hoy se cree que el 14 de febrero fue nombrado como el Día de los Enamorados porque coincide con el momento en que las aves comienzan a aparearse, referencia retomada en innumerables ocasiones en la literatura medieval, lo que contribuyó a afianzar la tradición de festejar el amor, recordando al ser amado con algunos versos y presentes, sobre todo en las culturas inglesa y francesa.
Una celebración al mejor postor
Esta celebración, que en un inicio tenía un cometido cien por ciento noble, ha devenido en un mero intercambio mercantil que deja en el olvido la intención inicial de enaltecer las relaciones sentimentales, pues lo que antes era el momento ideal para compartir con el ser querido y los amigos, hoy se ha convertido en la excusa perfecta para gastar y malgastar y exponer, además, más que el afecto, una respuesta a los ganchos mercadotécnicos de las grandes empresas que ofrecen un sinfín de artículos “para la ocasión”.
Esto se explica considerando que lo que caracterizó a la segunda mitad del siglo XX y lo que va de este siglo, es el descomunal avance en las formas y contenidos de la publicidad. En este sentido, es de lamentarse que el mundo de hoy sólo sea entendible en términos de la oferta y la demanda, al punto de que incluso las ideas son vendibles.
El punto es que los festejos, cualesquiera que éstos sean, son los agentes de ventas perfectos, pues basta únicamente la llegada del “día de…” para justificar un gasto innecesario en aras de una demostración de afecto que ya no es suficiente con un sincero abrazo.
Juan Fernando Covarrubias Pérez